lunes, 14 de diciembre de 2015

LA BATALLA DE ARICA: LA TRAICIÓN DE BELAUNDE

Por Alfonso Bouroncle Carreón
 La tragedia del 79

 Sin embargo, últimamente se ha reaccionado en nuestra patria en el sentido de no permitir que nuestra historia continúe siendo objeto de adulteraciones de parte de ciertas personas que han tomado a su cargo tan ingrata tarea, "contribuyendo con esta conducta torpe y criminal, a embrutecer al pueblo en todas sus condiciones sociales y a mantener corrido el velo que cubre las traiciones, fraudes, crímenes y cobardías de los hombres responsables de nuestra ruina y humillación, conquista y desprestigio". Así se expresaba El Abate Faria (don Manuel Romero) en una carta abierta al director de El Tiempo de Lima, señor Pedro Ruiz Bravo [1] a propósito de un editorial que este periodista publicó llamando la atención sobre la necesidad de escribir la verdadera historia del Perú, y manifestando que "tiene razón El Tiempo al lamentarse de que las generaciones pasadas hayan sido engañadas y que las presentes y futuras, a sabiendas, también lo sean". Y agregaba en su patriótico empeño de que la verdad resplandezca al escribirse nuestra historia: "En el Perú el que ha sufrido y sufre terriblemente la inconciencia de algunos escritores e historiadores que, desde las redacciones de los periódicos y de sus gabinetes de trabajo, han cometido la ruin tarea de embrutecer a tres generaciones de peruanos’ . ’"Puedo garantizar a Ud., señor, que hasta hoy no se ha escrito la verdadera historia del Perú y que casi todos los textos que en escuelas y colegios se estudian, son amplias narraciones vulgares, sin ningún valor histórico, escritas casi en su totalidad por hombres sin valor moral o incapaces, semianalfabetos, plagiadores y copiadores de historiadores que yacen en la tumba y no pueden protestar". Nosotros creemos también como El Abate Faria y con el director de "El Tiempo", que no se ha escrito aún la verdadera historia nacional, cual lo ha sido ya en Chile por el infatigable Barros Arana, y en otros países de Hispano-América. En un artículo histórico que el que esto escribe publicó ha pocos años en "El Comercio" de esta capital, nos dolíamos también de esta omisión propia de nuestra psicología. Nota discordante en el Consejo de guerra.— El jefe del "Cazadores de Piérola" deserta en presencia del enemigo.— Cobardía de dos jefes chilenos.— Un historiador de la misma nacionalidad los estigmatiza. Como sucedió en las filas sitiadoras, también hubo nota discordante en las nuestras, es decir, en la junta de guerra que acabamos de historiar; pero nosotros, siguiendo consejo de un militar amigo y codepartamentano, hemos estado a punto de no consignarla en estas páginas, para no amenguar la solemnidad y trascendencia del acuerdo que adoptó la junta precitada, en la que, como antes hemos visto, todos opinaron como el coronel Bolognesi, menos uno, acaso, por ignorancia, falta de patriotismo o porque el miedo se adueñó de su ser, ya que se trataba de un jefe improvisado elevado a la categoría de tal, como mando de cuerpo, por el favoritismo político. Nos resistimos a estampar su nombre, pero nos manda imperativamente hacerlo nuestro deber de escritores verídicos y el hecho de que tampoco faltaron jefes cobardes en las filas chilenas, dos de los cuales se resistieron a asaltar las baterías peruanas. Estos militares chilenos fueron don Ricardo Castro y don Luis José Ortiz. El jefe peruano que discrepó de la opinión de sus compañeros de armas, fue el coronel de guardias nacionales Agustín Belaunde, jefe del batallón "Cazadores de Piérola", formado casi en su totalidad de gente colecticia tacneña. En el consejo de guerra este individuo fundó su voto en favor de la capitulación, alegando que, habiéndose perdido toda esperanza de auxilio, sea de Leyva, o de Montero, era pueril creer que las escasas tropas de que se disponía, fueran capaces de contener el empuje de las orgullosas legiones invasoras; que no era acción de cobardes capitular ante enemigo tres o cuatro veces superior en número, haciendo antes "tabla rasa" de Arica y sus fortificaciones; finalmente que no hacerlo así, era sacrificar, a sabiendas, tanta juventud en flor; era llevarla al matadero (textual). Es de suponer la indignación que causaría a los presentes tales declaraciones; todos protestaron de ellas, atribuyéndolas a cobardía. Fue ésta, en efecto, nota triste, discordante, en momentos tan solemnes, en que la imagen bendita de la patria flotaba en la amplia sala, ensangrentada, envuelta en los pliegues vaporosos de nuestra bicolor enseña, clamando venganza por las ofensas que el enemigo acababa de inferirle en el Campo de la Alianza. Pero Belaunde no paró ahí; al saber que, por razones de orden disciplinario se había decretado su arresto, a bordo del monitor "Manco Cápac", no esperó la notificación del caso: desertó de su cuerpo en circunstancias que el enemigo asediaba a la plaza. Cuando el oficial encargado de notificarle el arresto se constituyó en el cuartel del "Piérola", Belaunde ya había consumado su acto indigno y vil; hacía rato que se hallaba de fuga, camino de Arequipa, dándose trazas para no caer en poder del enemigo, que a la sazón merodeaba por los alrededores de Arica. Esto sucedía el lo. de junio. No tardó en hacerse del dominio público la acción criminal de Belaunde, tildándosele con los más acervos y merecidos calificativos. Fue un cobarde desertor; su nombre será en todo tiempo execrado, como lo es en Chile el del comandante Castro, jefe del 3o. de línea. Belaunde a punto de ser pasado por las armas Cuando aquél huía desatentado del teatro de su hazaña a esconder la vergüenza de su acción, la justicia estuvo a punto de caer inexorable sobre él. Sin pensarlo se encontró en el camino a Tarata con el prefecto de Tacna, doctor Pedro Alejandrino del Solar, que se dirigía a Arequipa, después de la derrota del Campo de la Alianza. Belaunde no pudo disimular la contrariedad y el temor que experimentó por tan inesperado encuentro. Como no pudiera justificar su presencia en ese sitio, ni dar noticias concretas de la guarnición de Arica, hizo sospechar que había desertado de las filas de Bolognesi; por lo que el doctor del Solar lo redujo a prisión, salvando milagrosamente de ser fusilado por no haberse encontrado en esos momentos oficiales de alta
graduación para formar consejo de guerra. Las patriotas placeras tacneñas castigan al desertor. Dos o tres años después de la ocupación de Tacna por las armas de Chile, Belaunde regresaba de La Paz (Bolivia) a la primera de las ciudades citadas. Un buen día se le antojó visitar la plaza del mercado; pero nunca lamentará lo bastante la hora en que tal hiciera. Lluvia de coles, cebollas, patatas, etc., arrojaron sobre él las patriotas placeras tacneñas, la mayor parte de las cuales lloraba la pérdida de un deudo o amigo suyo muerto en el combate de Arica. Así castigaron la cobarde acción del que desertó de las filas que comandaba, en circunstancias que el enemigo de la patria se hallaba al alcance de los cañones del puerto. Belaunde diputado a Congreso El dictador Piérola pagó con creces a Belaunde— a quien estaba ligado por los vínculos del compadrazgo— los servicios políticos que le prestara en sus pasadas revoluciones. Olvidó el agitado caudillo demócrata que este mal peruano llevaba en su frente el ’Inri" infamante de cobarde y desertor; y haciendo escarnio de la vindicta pública, que a gritos reclamaba el castigo del réprobo, le prestó eficaz apoyo en su gobierno (1896), a efecto de que fuera elegido —como lo fue— diputado a Congreso por la provincia de Tayacaja no obstante haber protestado de ello los representantes parlamentarios por Tacna libre, distinguiéndose entre éstos por la vehemencia y calor con que trató el punto, el probo y patriota tacneño señor Modesto Basadre. Por habernos ocupado con más amplitud de la necesaria de tan tristemente célebre personaje, nos abstenemos de comentar el error político -por no calificarlo de capricho inconcebible- en que incurrió el Sr. de Piérola, al apoyar la candidatura de este mal peruano; atribuyéndolo a la desorganización política de la época, como consecuencia de la revolución coalicionista que puso término a la segunda administración del general Cáceres. Alfonso Bouroncle Carreón

sábado, 19 de septiembre de 2015

“MALVINAS: UNA OPINIÓN DISIDENTE”

“MALVINAS: UNA OPINIÓN DISIDENTE” MALVINAS: OPTICA CHILENA In Sin categoría on Octubre 16, 2010 at 5:21 pm https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgBdALUh49Mx0kMpThH5alUAaUIUKvj3LArbO9TjobGwBH76FS-jkjMZxJYgUL_27RLuUA6OwRK1JVuNmEiuP66Zv8MgvCxjGL5wTPucFJ4Dbo5vHe5qwLVoEbli484w1REeZ7iwqpev94/s400/Pedro+Godoy.jpg 1982… Malvinas. Se recuerda aquella jornada. Los medios informan la “ARGENTINA OCUPA MALVINAS”. El régimen militar instaurado en 1973 que suplanta al Presidente Allende proclama urbi et orbe la neutralidad en el conflicto. No obstante, se pudo verificar –desde el comienzo- postura benigna respeto a Gran Bretaña. La prensa, la radio, la TV exhiben tal sesgo. Se trasmiten boletines de la BBC y no de Buenos Aires. Pese a la censura se detecta subterráneo apoyo a Londres: buque británico reabastecido de petróleo en Talcahuano o helicópteros de la RAF en Tierra del Fuego. En las arterias principales de la capital se agolpan ciudadanos a leer carátulas de periódicos. Informan de los triunfos de la Aeronáutica Militar trasandina en el Estrecho de San Carlos. Se cuchichea. En esa época nadie profiere una opinión en voz alta. Ello es motivo de sospecha y el régimen controla todo con fina red de espionaje. Las victorias iniciales de Argentina generan atmósfera de velatorio. Como está vigente la querella del Beagle el convencimiento es “Si Argentina gana la guerra el país será víctima de una blitz krieg. Al ataque argentino se sumarán los dos Estados septentrionales (Perú Y Bolivia). Con el cuadrillazo se perderá por el norte Arica, Tarapacá y Antofagasta y por el sur Aysén y Magallanes. El país regresará a su dimensión originaria: una faja extendida de Copiapó a Puerto Montt”. Inquieta saber que, en Lima, ciudadanos de enrolan como voluntarios en la Embajada de Argentina y que pilotos peruanos combaten en el Atlántico sur. Se registra alarma de diverso grado y en todos los círculos. Desde 1978 se teme, por el Beagle, una conflagración. La incertidumbre se acentúa porque los pertrechos escasean y el amunicionamiento es mínimo. Una colectividad adoctrinada por la casta dominante alberga ese convencimiento por la idea de disponer de fronteras amagadas al estar rodeada de enemigos de ayer, de mañana y de siempre. Es la geopolítica insularista, eurocéntrica y contraiberoamericana vigente desde la época de Portales (1). GEOPOLITICA DECIMONONICA Vale la pena explayarse en lo anotado. El Síndrome de Fortaleza Asediada SFA es la segunda piel de la población. Se expresa a través de actitudes etnocéntricas y postulaciones importadas de la Europa decimonónica. Con el peligro externo siempre ad portas se devalúa cualquier proyecto integrador y se presenta como una fatalidad a vivir bala en boca y el dedo en el gatillo a todo el país. Ello mientras se practica desaforado armamentismo (2). Quienes conocen el film “El desierto de los tártaros” podrán con menos dificultad imaginarse esta paranoia que no es atribuible sólo al general Pinochet. Esto va de la mano de un chauvinismo inveterado que se manifiesta en fobia a Perú y Bolivia (“pueblos aindiados”) y Argentina (“expansionista”). En las hipótesis de conflicto se alude a los “enemigos inmediatos”, a los “aliados próximos” y al “aliado distante”. La HV3 (3) supone que en una guerra Santiago cuenta con Quito contra Lima. Bolivia, atacada por la espalda por Paraguay y Argentina por Brasil. Este ajedrez sigue siendo válido con Ecuador, pero Paraguay y Brasil por el MERCOSUR ya no son funcionales. Obvio el “aliado distante” es EEUU y, por cierto, Gran Bretaña. Esto se observa nítido en Malvinas. Apenas finaliza la II Guerra Mundial nuestras FFAA se “pentagonizan”. Cúpula castrense y gubernativa aspiran a convertirse en sobrinos predilectos del Tío Sam. Obvio, también se cultivan nexos con Londres. La Marina de Guerra conserva antiquísima anglofilia manifestada en el culto a la personalidad de Lord Tomás A. Cochrane. Siempre se bautiza con su nombre algún buque. Nuestros marinos aun usan corbatín negro como luto por la muerte del almirante Nelson. Los oficiales de rango intermedio son becarios de la Marina de SMB. Los astilleros británicos nos proveen de unidades navales. La Guerra del Pacífico se efectúa para preservar intereses ingleses en el guano y el salitre. En la guerra civil de 1891 nuevamente Londres interviene contra Balmaceda que intenta nacionalizar ese mineral y las ferrovías. La gravitación británica se inicia con la emancipación –empréstitos para sostener la causa independentista- y se mantiene hasta hoy coexistiendo con el influjo estadounidense. En el imaginario colectivo mapochino, es un dogma aquella vieja superchería: los chilenos somos los ingleses de América del Sur”. OPERACIÓN “PUÑALADA POR LA ESPALDA Los antecedentes expuestos explican la Operación “Puñalada por la espalda” ya anticipada al comentar cuan hipócrita es la neutralidad que, en el conflicto, del Atlántico austral proclama Santiago. No son sólo los aeródromos clandestinos de helicópteros de la RAF en Magallanes ni el abastecimiento de combustible de buque del Reino Unido, sino también el aviso que dan radares de la FACH (4) de cada ataque aéreo argentino a la flota invasora del Reino Unido. Lo confiesa el general Fernando Matthei, integrante de la Junta que asesora a Pinochet, y entonces jefe de esa rama de las FFAA. Tal militar justifica apoyo a Londres escudado en refrán “el enemigo de mi enemigo es nuestro amigo”. Cuanto mejor si ese “amigo” es macropotencia y europea. Entonces rebrota la atávica genuflexión del “sudaca” ante el capanga alto, rubio, blanco y de ojos glaucos evaluado invencible, infalible y paternal. Tal idolatría empuja a nuestra oficialidad a evaluarse “aliada” del Reino Unido en la campaña que emprende Argentina (5). Un puñado de chilenos contestatarios, la mayoría catedráticos destituidos por el régimen instaurado en 1973 y que optan por permanecer el país, –el denominado “exilio interior”- no comulgan con las hipótesis de conflicto bosquejadas. No sólo eso, ratifican de modo inclaudicable su postura antimperialista y contracolonial y sostienen antes del derrumbe de Allende y durante el régimen militar adscripción al nacionalismo continental. Comparten derrotas y victorias. Han simpatizado en la fase verdeoliva con Fidel y siempre con el movimiento de los Estados no alineados que origina la Conferencia de Bandung. De temprano admran la 3ª Posición de Perón y siendo muy mozos aplauden el ABC (6). Impulsan, en condiciones muy difíciles, la candidatura de Haya de la Torre al Nobel de la Paz y nada menos que en 1979 al cumplirse el 100º aniversario del estallido de la Guerra del Pacífico. Tal equipo está influido por las tesis de Jorge Abelardo Ramos y Jorge Enea Spilimbergo en orden no sólo a preconizar un socialismo criollo, sino también a concebir nuestra América como una nación desmembrada. Hasta 1960 esa tesis constituía una intuición que legitiman como doctrina la ponencia de la denominada “izquierda nacional” que florece en el Río de la Plata y que sostiene, a orilla del Mapocho, Felipe Herrera (7). Quizás esta génesis amerite mayor comentario, pero lo importante de destacar ahora es el rescate de los archipiélagos del australes de Argentina de las garras británicas es lo que empuja a este grupo a fundar el Centro de Estudios Chilenos CEDECH un poco equiparando al CEDEA que ya entonces existe en Buenos Aires bajo la tuición –entre otros- de Alberto Guerberof. Se propone analizar lo chileno con prisma iberoamericano y lo iberamericano desde una perspectiva chilena y con ello colisiona con el añoso eurocentrismo criollo que se complementa con la patriotería. Esto explica que promueva la restitución de la condición oceánica de Bolivia ya planteada en el Acta chilenoboliviana de Córdoba suscrita al interior del I Congreso del Pensamiento Político patrocinado por el FIP (8). SOLEDADES E INCONSECUENCIAS Es inevitable referirse a los orígenes de quienes fundan el CEDECH. Provienen de tres vertientes, una la socialista Mario Lobos Núñez, Jorge Barría Serón y quien expone. La otra es la socialcristiana de Tomás Pablo Elorza y Leonardo Jeffs Castro y la tercera es la nacionalista por Eugenio Celedón Gassols y René Balart Contreras. El mismo Felipe Herrera proviene del PS, es criptoperonista y coopera con Ibáñez en la hora del ABC. Luego asesora a Allende e brinda refugio en su hogar a la familia del Presidente depuesto en las horas amargas del 11 de septiembre de 1973. Desde el exterior se dispone de la discreta simpatía del académico Eugenio González y la del sindicalista Clotario Blest. Ambos –igual que los anotados- optan por el “exilio interior”. Coinciden el apoyar a Argentina en la guerra de Malvinas. Tarea no fácil bajo una dictadura de tipo staliniano que gira en la órbita de Margaret Thatcher, con censura y autocensura y que después de 10 años sustituye el terror por el temor. ¿Cómo explicitar la adhesión a la Casa Rosada en el conflicto? Es importante un documento público. Mejor si también lo suscribe la Oposición que, a un decenio del Golpe de Estado, ya se mueve –aunque vigilada- con cierta libertad. Se acude a la Democracia Cristiana con un proyecto. Confiábamos en la retórica bolivariana de Gabriel Valdés. Recibe a los “cedechistas” y calla. No se cosecha adhesión. En esa tienda, deducimos, perdura la argentonofobia de Alejandro Magnet (9). Se acude entonces al PS y, específicamente, a una de sus fracciones. La apodada “suiza” –por su neutralidad entre la socialdemócrata, la cubanizante y la prosoviética- y de allí se nos excluye con la frase “esa guerra es una aventura del gorila Galtieri” (10). Se recaba entonces el apoyo de la ultraizquierda. Opinan “Galtieri es el Pinochet trasandino”. Cuadros de otras tiendas explicitan temores coincidentes con las hipótesis de conflicto… si Gran Bretaña es derrotada Chile sería víctima del expansionismo argentino. POLITICAMENTE INCORRECTO Nuestra joven entidad está solitaria. Como tal decide lo único éticamente aceptable: exponer de modo público su apoyo a Argentina. Ello a cualquier costo aun aisladamente. Chile está aherrojado por un régimen policial y despreciando el peligro cierto de una represalia se publica en la prensa la declaración “Malvinas: una opinión disidente”. Cosa curiosa, la prensa local le da cabida. Ello quizás para avalar la hipócrita neutralidad ante el entrevero bélico. El documento alcanza difusión inesperada en Perú, Bolivia, Argentina, Uruguay… Incluso en la prensa europea la publica presumiblemente porque es despachada a los corresponsales británicos de prensa alojados en el Hotel “Cabo de Hornos” de Punta Arenas. Tal documento es relámpago en medio de las tinieblas del régimen que protagoniza la Operación “Puñalada por la espalda” y a una Oposición que esquiva enarbolar la bandera antiimperialista y contracolonial siempre flameante por Vietnam o Cuba, pero que se pliega si se trata de Argentina. CEDECH es la única opinión favorable, en Chile, a la causa argentina. Tal causa que es iberoamericana y tercermundista es la que hoy nos congrega aquí como en aquel 1982 siempre actual. La ONU aprueba Resolución 502. Es una orden para que las tropas trasandinas evacuen los tres archipiélagos australes. Se abstienen la URSS, China y España (11). Sólo la pequeña Panamá vota en contra. EEUU se colude con Londres. Al no operar el TIAR queda –una vez más- a la intemperie el embuste del interamericanismo. La adhesión a Casa Rosada de Managua y La Habana deja magullada a la ultraizquierda. Se tambalea el circuito de convicciones de la oficialidad argentina que se creyó parte del Occidente cristiano, caucásico y europeo, por ende, ajeno a Iberoamérica y extraño al III mundo. La capitulación –después de 90 jornadas de epopeya- es luto para CEDECH. Ya había, intuitivamente, albergado cierta desconfianza al mudarse el nombre de “Puerto Riveros” por “Puerto Argentino”. Después resulta indignante la operativa desmalvinizadora desencadenada por los medios y los gobiernos de la propia Argentina. Nos pareció gratuita ofensa a los veteranos de guerra esos que “a todos los argentinos le dieron todo” y actitud denunciatoria a recuperar un trozo cautivo de nuestra América. EPILOGO OPTIMISTA Hoy, sin embargo, Argentina devuelve a aquella guerra el rango de gesta y exige la devolución de esos territorios insulares. Con el Tratado de Lisboa han sido proclamados periferia de la Unión Europea. Con ello Gran Bretaña europeiza el litigio por Malvinas, Orcadas y Sandwich del Sur. Ello apunta a legitimar la soberanía que Londres proclama poseer sobre la Antártica chilenoargentina y consolida el control sobre el mar de Drake cuyo sólo nombre evidencia eurocentrismo. Aun más se proyecta una macroexplotación petrolera en la plataforma continental adyacente. Afortunadamente se está revirtiendo la campaña de desmalvinización. Este I Congreso Malvinas, causa de la Patria Grande es testimonio. La Universidad Nacional de Lanús, su rectora y el Observatorio Malvinas de esta Casa de Estudio impulsan el mandato patriótico en orden a liberar ese suelo ocupado. Es un esfuerzo por iberoamericanizar la causa malvinera. Si el primer héroe caído el 2 de abril de 1982 es oficial argentino el 3 cae el conscripto Mario Almonacid Vargas, hijo de matrimonio chileno domiciliado en Comodoro Rivadavia. Su sangre veintiañera nutre la fe sanmartiniana que nos anima y el espíritu suyo flota en esta Aula Magna. Honremos su memoria bregando por esta noble causa. (1) Diego Portales impulsa la Guerra de Chile contra la Confederación Perú-Boliviana que preside Andrés Santa Cruz (1835-1839). Funda de hecho la doctrina diplomática de la Cancillería de Santiago. (2) El armamentismo –mezcla de delirio y negocio es antigua. Se acentúa con los gobiernos democráticos de la Concertación, particularmente, Lagos y Bachelet ¡oh, paradoja, afiliados al PS! (3) HV3 es la sigla de hipótesis vecina con las tres repúblicas fronterizas. (4) Véasen declaraciones a la prensa de este militar y también sus memorias. Son congruentes con declaraciones de Margaret Thatcher. (5) Pinochet disponía de una confianza ciega en los ingleses. Se equivoca como un rústico campesino ingenuo en una megapolis. Allí lo soportan a la ignominia de 500 días de arresto domiciliario. Véase al respecto mi obra “FFAA: reflexión permanente”. El equivalente es Galtieri que cree que por estrangular el “enemigo interno” tendrá en Malvinas el apoyo de Reagan. Ambos ofician de aldeanos ingenuos. (6) ABC es el proyecto peronista de alianza de Argentina, Brasil y Chile. Véase mi obra “Perón en Chile 1953”. (7) Es autor –entre otras obras- de “América Latina integrada”, “Nacionalismo latinoamericano” y “Nacionalismo, regionalismo, internacionalismo”. Vease mi obra “7 ensayos suramericanos” (pág.65 y ss) (8) Ese evento lo promociona, en Río Cevallos, el Frente de Izquierda Popular presidido por Jorge Abelardo Ramos y la dicha Acta la suscriben –entre varios- Andrés Soliz Rada y el ponente. (9) La ambigüedad de la Democracia Cristiana es elocuente. Antes ya en 1953 uno de sus ideólogos Alejandro Magnet publica “Nuestros vecinos justicialistas” y “Nuestros vecinos argentinos” con acusaciones al Perón de “fascista” y a Argentina de impulsar una política “imperialista” en el Cono Sur. (10) Quien representa a ese grupo es el sociólogo Enzo Faletto quien, amurallado en FLACSO, se niega al gesto solidario preconizado por CEDECH

jueves, 30 de julio de 2015

La nueva clase media nació en Ayacucho 
De Hernando de Soto:
De cómo la lucha del campesinado contra Sendero Luminoso se vincula al surgimiento de los sectores capitalistas emergentes

Un terrorista, un campesino, un microbusero, un hayista y un samurái que la olieron y no la vieron; izquierdistas tránsfugas, militares y policías, todos olvidados por la memoria oficial, balanceándose sobre una torre derrumbada, gestaron –sin proponérselo– una economía política y las nuevas clases medias del Perú. Inspirado en las abducciones de Raúl Romero, la creatividad de Rolando Arellano y la rigurosidad de Alfredo Torres.

Entre 1990 y 2012, la nueva clase media peruana creció cuatro veces más rápido que la del resto de América Latina. ¿Por qué? Porque es un movimiento emancipador que hace medio siglo está en metamorfosis: De clases bajas a migrantes, y después a informales, sector del cual han emergido la nueva clase media y la minería informal.

La nueva clase media intuye que hay inversión gracias a que le ganó dos guerras seguidas a Sendero. Y si el actual modelo político-económico subsiste es porque respeta las actividades económicas de los emergentes y facilita su ascenso hacia la clase media. Y esta última tiene más autoestima que sus pares del continente porque sabe que su emancipación no le fue regalada, sino que se la ganó a pulso.  Recordemos cómo se gestó:

1 Adiós igualdad hacia abajo. Las clases bajas abandonan tradiciones de trabajo entre conocidos y de considerar como virtudes la igualdad hacia abajo y la pobreza compartida. Migran hacia mercados en expansión para cooperar con peruanos desconocidos, en la patria grande, donde escalar clases no es mal visto.

2 Antes que Chile y la Confiep. En los 60 los migrantes llegan y desarrollan una economía libre pero informal, 10 años antes que en Chile y sin dictador. Se rebelan contra la “permisología” y exigen moneda estable 20 años antes que Hayek y Friedman visiten Lima, 25 antes que nazca la Confiep y 30 antes de la reinserción del Perú en el sistema financiero global.

3 Mártires de la clase media naciente. En 1981 (A), los campesinos se rebelan contra Sendero Luminoso (SL), que quiere colectivizar sus parcelas y prohibir los mercados. SL no reparó en que gran parte de las parcelas ya eran privadas por consenso entre los campesinos y que estos querían ser clase media. SL los castigó y entre 1981 y 1983 asesinó a unos 4.600.

4 Primera insurgencia antiexpropiación. En defensa de los valores de la clase media incipiente, en 1984 (C) unos 20 mil campesinos ayacuchanos se organizan ilegalmente en comités de defensa antisubversiva (Decas); pasan a la ofensiva y en 1986 (D) recuperan buena parte de sus valles, obligando a SL a refugiarse en las alturas.

5 Segundo martirologio. En 1986 SL retorna a los valles, mejor organizado y con gran financiamiento. Sigue asesinando campesinos, en 1990 recupera lo perdido y se expande al 60% del territorio nacional (E).

6 Lima no la ve. Solo 15% de los limeños creía que SL ganaría la guerra. A la mayoría le preocupaban más la desintegración económica y la pérdida de autoridad. Para SL, Lima era de interés “complementario”, por eso no desplegó más del 2% de su violencia sobre ella.

7 EE.UU: “Sendero puede ganar”.  EE.UU. evalúa que el gobierno está por ser vencido (F). La Corporación Rand informa que el Perú está “al borde del colapso” y que “SL puede ganar”. En el Departamento de Estado se vaticina una posible matanza igual a la de Pol Pot en Camboya (casi 3 millones de muertos).

8 Campesinos sí la ven. En 1988 los campesinos ya tenían claro que la raíz de sus problemas era la ilegalidad de sus organizaciones. Ser ilegal en tiempos de guerra suponía graves problemas. No tenían una protección legal. No podían portar armas, combatían solo con lanzas, hondas, cuchillos, y algunos con escopetas artesanales.  No era posible para el Estado contar con información para distinguirlos de los terroristas. Crecía así el resentimiento contra el Estado.

9 La trampa categórica. Los campesinos tenían razón pero el Estado no podía apoyarlos abiertamente. ¿Cómo podía el Estado aliarse con ilegales? Kant hubiese definido esto como una “trampa categórica”. Ella consistió en que se colocaba en un fichero dos categorías distintas: los ilegales buenos (que recurrían a medios ilegales para desarrollar actividades legítimas) y los ilegales malos (narcos, criminales y terroristas). Para usted, amigo lector, es evidente que Sendero –no los campesinos– le declaró la guerra al Perú; que unos eran los agresores y los otros los agredidos; que unos deseaban integrarse al sistema legal y otros deseaban destruirlo; que unos eran campesinos “no leídos” –como ellos mismos se llaman– mientras que SL estaba conformado por profesores. Pero no importa que usted entienda la diferencia. En los 80 todos eran estigmatizados por igual.

10 Ajedrez para romper la trampa. Romper la trampa categórica significaba sacar a los ilegales buenos del fichero criminal y aceptar que no todos podían llegar a ser legales a la misma velocidad. Se necesitaba que las nuevas reglas de juego incluyeran a los distintos comportamientos que hasta entonces se habían castigado.

El derecho de los 80 era como el juego de damas, que impone el mismo movimiento a todas las piezas en el tablero. Un juego excluyente. A diferencia de Sendero –que pedía patear el tablero–, los campesinos querían jugar pero algo como ajedrez, un juego que permite el movimiento disímil de piezas distintas.

¿Sería capaz la sociedad leída de entender que a veces, cuando el derecho pierde vigencia, los “no leídos” tienen razón? ¿Se daría cuenta de que para aislar a SL había que arrebatarle su potencial base social?

11 Uchuraccay y el alto costo de jugar damas. En 1983 (B), cuando el presidente Belaunde creó la comisión investigadora del Caso Uchuraccay para aclarar el asesinato de ocho periodistas en ese pueblo, los campesinos del Trapecio Andino batallaban contra SL, reclamando que el Perú formal les enviara al menos una señal de aliento. El Informe Uchuraccay se quedó corto. En su página 17 dice: “¿Es posible hacer aquellos distingos jurídicos, clara y precisamente establecidos por nuestra Constitución y nuestras leyes, ante hombres que viven en las condiciones de primitivismo, aislamiento y abandono de Uchuraccay? ¿Es posible, a hombres que viven en el estado anímico de esos comuneros en los días que preceden a la matanza, ilustrarlos con exactitud y discernimiento sobre las sutilezas de un sistema jurídico que, en la práctica, está a menudo contradicho por las prácticas cotidianas y tradicionales de la vida comunal?”.

Esta reflexión define al derecho peruano como claro, preciso, sutil y totalmente reñido con el “primitivismo” de los campesinos. Estupendamente bien escrita, conmocionó al Perú y dio la vuelta al mundo, pero cerró aun más la trampa categórica.

12 Uchuraccay y las ventajas de jugar ajedrez. Lo que sí sabemos, porque los hemos seguido, es que luego de tres décadas los habitantes de Uchuraccay han probado que de primitivos no tienen nada. Varios han ascendido a la clase media y hoy son empresarios del comercio y del transporte en Huanta, de metalmecánica en Tambo, mayoristas de granos en Huaychao, dueños de radios en Lima, funcionarios públicos en Ayacucho, profesores en ciencias sociales aquí y allá. Esta gestación de la clase media también se dio en el resto del país: los llamados primitivos integran los sectores sociales que más han crecido en los últimos años. De hecho, mientras que la tasa de crecimiento del PBI per cápita entre 1990 y 2002 es el doble que la del resto de Latinoamérica, la tasa de crecimiento de la clase media cuadruplicó la de la región en el mismo período.

La creación de la nueva clase media significa que en algún momento después de Uchuraccay los “primitivos” empezaron a romper la trampa categórica, que el Estado dejó de lado las damas, que el Perú decidió jugar ajedrez y dispuso las piezas para poner en jaque al terror.

13 Guzmán reconoce el jaque.  Abimael fue el primero en percatarse de que estaba siendo derrotado por organizaciones campesinas recategorizadas. A mediados de los 90, admitió que “el problema se expresa en una inflexión… han ocupado algunos puntos  y nos han desalojado”. Cada vez que entraba en algún lugar, era confrontado y rechazado por una clase media emergente que él llamó “fuerzas armadas reaccionarias por mandato”. En efecto, desde fines del 91 las Decas se habían sextuplicado, convirtiéndose en una fuerza de 120.000 hombres que, junto a los 30.000  efectivos de las FF.AA., combatió y derrotó a SL como fuerza militar y opción política.

Para él, el acceso rápido de los campesinos a la propiedad formal, a la empresa y al comercio exterior era “parte del control de la población y recursos de la guerra de baja intensidad que pretende movilizar a las masas para sus planes de pacificación… O sea los hombres y armas los pone la masa, ellos no ponen nada”. Seguramente refiriéndose al punto G del gráfico.

Según Guzmán, todo obedeció a un plan cuyo eje fue el Convenio Antidrogas con EE.UU. y que, a través de tratados internacionales y reformas internas, “… apunta contra la guerra popular y busca aniquilarla […] Ha sido concebido e implementado por Hernando de Soto agente directo del imperialismo yanqui” [“Sobre las 2 colinas: Documento de Estudio (de SL) para el balance de la III Campaña”, 1991].

La “aniquilación” que lamenta fue un programa inclusivo que se desarrolló entre 1988 y 1992, basado casi todo en lo que propusieron en consultas populares individuos y organizaciones campesinas y urbanas.  Consistió en cambiar las reglas del tablero para que las sociedades informal y formal confluyeran en un mismo juego.

14 Primera movida: peones se vuelven alfiles. El primer resultado de la formalización fue la reducción en 76% del número estimado de víctimas atribuibles a las Decas: de 579 entre 1989 y 1991 a 142 entre 1992 y 1994.

Para incluir a los campesinos dentro del derecho, hubo que sacar el tema del contexto policial y replantearlo como un tópico de desarrollo y de DD.HH. Y para determinar si eran interlocutores políticos válidos, se invitó a inspectores de la ONU y de otros países a visitar las zonas de conflicto y a conocer in situ a las organizaciones campesinas. Al ser reconocidos como interlocutores, fueron recategorizados y así se pudo elevar el tema a nivel de jefes de Estado y compatibilizar el estatus de nuestros campesinos con nuestros tratados.

El proceso se desarrolló por etapas hasta que se cristalizó un consenso general, respetado dentro y fuera del país [ver cronología].

Como resultado de este proceso, el Estado tuvo información precisa de cuántos comités había, cuántos hombres y armas tenían, y también pudo instruirlos sobre lo que debían hacer. Este control redujo las cifras de muertes.

15 Segunda movida: Lima, el pez sin agua. Entre 1988 y 1992 se tomaron medidas  para que las mayorías accedieran a la legalidad y a los servicios del Estado; y se crearon además  mecanismos de participación en las decisiones de gobierno con el fin de escuchar a la población y evitar así la creación de barreras inadvertidas. Esta fue una de las razones de ser de la Defensoría del Pueblo.

Dichas medidas derivaron después en unas mil normas y decisiones administrativas cuyas grandes líneas fueron consultadas con los principales líderes políticos de entonces que deseaban conversar: Bedoya, Belaunde, Barrantes.

Una sola norma, la simplificación administrativa, que aprobó García para estimular denuncias contra las trabas burocráticas, posibilitó 26 reformas. Una de estas, el registro unificado que implementó el siguiente gobierno, incorporó al mercado legal, entre 1991 y 1994, a 388 mil negocios informales, que crearon 558 mil puestos de trabajo y permitieron al fisco cobrar US$7.800 millones de impuestos. El tiempo para abrir y registrar una empresa en la ciudad bajó de 278 días a uno solo, y el costo se redujo en 85%. Fue tan exitoso que el Banco Mundial lo ha convertido en su proyecto bandera, bautizándolo Doing Business.

Cuando Abimael Guzmán se trasladó a Lima (H) –vencido en el camp o y dos años antes de ser capturado por brillantes policías (I)–, encontró que sus potenciales reclutas urbanos estaban siendo recategorizados, y que sus movimientos Clasista Barrial, de Obreros y Trabajadores Clasistas, y otros que creó para atizar el descontento, no podían subvertir el sistema. Al contrario: La Federación de Choferes, liderada por Hernán Chang, reconoció su vocación empresarial, anunció que iba por el otro sendero, y se acabaron los paros de transportistas. Los ambulantes aceleraron la construcción de mercados y aquellos que la PREALC-OIT categorizó como “desocupados, improductivos y sin futuro” también emprendieron el camino hacia la clase media.

El Perú empezó a reconocer a sus informales como potencial clase media tras enterarse de que representaban más del 60% de las horas-hombre trabajadas, que operaban el 85% de la flota de transporte limeña, que todas sus viviendas eran privadas y tenían un valor de reposición en 1980 de US$24.700 millones, que a dólares del 2013 son US$69.800 millones (12 veces Camisea). Entendieron que la fuente de sus problemas era un derecho reparable, sobre todo cuando supieron que, según ley, Palacio de Gobierno no pertenecía al Estado sino a la comunidad de Jicamarca. El impulso por la recategorización del país fue tan poderoso que, inicialmente, la Confiep aceptó la propuesta de formar una unión formal-informal. Y Guzmán, en primera plana de su vocero “El Diario”, se quejó de que la recategorización del ILD estaba “alejando a los jóvenes de la guerra popular”.

16 El efecto Gestalt y los políticos. Los cambios se dieron durante los primeros gobiernos de García y Fujimori, ambos provenientes de canteras socialistas o progresistas. ¿Qué pasó? ¿Descubrieron de pronto a Adam Smith, se entusiasmaron con Bastiat? No fue así. Lo que ocurrió fue más simple: los informales fueron clasificados en categorías que permitieron a los políticos identificar a sus potenciales electores y sus expectativas.

El resto del país tampoco se convirtió de pronto en liberal, sino que  la guerra contra SL le hizo ver que el statu quo era insostenible y el comunismo aterrador. Hacía tiempo que cada uno de nosotros  intuía  que éramos empresarios en pequeño o en grande, en casas comerciales o en carretillas, con papel sellado o sin sellar.  Pero cuando tomamos conciencia de que todos nuestros vecinos compartían esas mismas categorías, el deseo de cambio se volvió contagioso e irresistible y las reformas salieron rápido.  En los años 80, la prensa, la televisión y la radio hablaban mucho de informalidad. “Caretas” sacaba un encarte cada dos semanas, El Comercio publicaba especiales continuamente, “Ojo” hacía historietas, Alan García dedicaba al tema 3 horas cada dos sábados, y Fujimori lo abordaba con frecuencia en su programa de Canal 7.

La economía abierta y la nueva clase media son frutos de esta victoria política. Sus autores son quienes dieron su vida por defenderlas, pero también los políticos que rompieron la inercia del statu quo y permitieron que se aplicaran las recetas económicas por las que lucharon peruanos ilustres como Pedro Beltrán y Rómulo Ferrero y que fueron resistidas por los presidentes del Perú por considerarlas “políticamente inviables”. Y tenían razón: ¿Por qué las mayorías, que según la OIT estaban desocupadas, iban a soportar el ‘shock’ si este beneficiaría solo a una élite empresarial?

Todo cambió cuando los políticos se percataron de que las mayorías se identificaban con el cambio. Esto hizo viable la receta del ‘shock’. El 1 de julio de 1990, “Caretas” informó desde Nueva York el primer acuerdo entre el FMI y el presidente electo destacando que la parte peruana planteó “que la economía de mercado no funciona para los más pobres” y  que la propuesta peruana fue hecha en nombre del “sector informal y la población marginada”.

Por eso durante los primeros años de reformas, por cada medida de ajuste que daba el MEF, Palacio de Gobierno daba tres medidas a favor de los excluidos.  García y Fujimori las aprobaron por su gran eficacia e instinto político, ese es el papel de los jefes de Estado y hay que reconocérselo, pero no se sorprenda que no hayan entendido a cabalidad la profundidad de las reformas. Eso no es su fuerte. De allí que Fujimori permitió el tráfico de privilegios de Montesinos, contrario a una economía inclusiva; y García no continuó las reformas por un viraje ideológico incompleto.


17 Minería informal. El proceso de construcción de la nueva clase media se ha desacelerado, como lo demuestran las recientes protestas masivas de los mineros informales.  Hablamos de unos 500.000 peruanos cuyos derechos están tan mal definidos que 350.000 de ellos tienen que portar armas para sustituir la autoridad que debería ejercer la ley.  Hace unos 15 años que las potenciales clases medias vinculadas a la explotación de recursos naturales reclaman las herramientas legales para triunfar en la economía formal, y el Estado, en vez de dárselas, los sienta en mesas de negociación como si fueran extranjeros en su país o desarrolla procesos en los que se describe sin proponer salidas como en Uchuraccay. Y en lugar de ofrecerles jugar en un mismo tablero donde todos están categorizados de una manera que les permite acceder al crédito, al capital, a la asociatividad, los discriminamos al fragmentarlos en categorías, todas inútiles, anárquicas y anacrónicas, que los enfrenta entre ellos y con el Estado: legales, ilegales, artesanales, pequeños, medianos, totalmente y parcialmente informales, con y sin registros y permisos, invasores de concesiones, concesionados informalmente, con y sin requisitos de explotación, que comercializan pagando o sin pagar impuestos, con contratos legales o informales, etc. A esto se suma la proliferación de propuestas legales y políticas que colisionan con el marco legal vigente: expropiación y redistribución de las concesiones y extensión de la propiedad privada para que incluya los recursos naturales del subsuelo. 

Todo este proceso empezó cuando las clases bajas dejaron de trabajar solo entre conocidos para cooperar con peruanos desconocidos en la patria grande. Tuvo un enorme impulso con el primer movimiento libertario peruano y campesino que derrotó a Sendero y gestó la nueva clase media.


Este artículo no pretende reescribir la historia porque esta se enriquece cada día desde todos los puntos de vista, nunca termina. Solo deseo llamar a la reflexión para que no repitamos los errores del pasado: Si solo les ofrecemos un juego de damas en vez de un tablero de ajedrez a los que ahora quieren ascender a la nueva clase media, abriremos fisuras por las que podría irrumpir el pasado.
http://elcomercio.pe/peru/ayacucho/nueva-clase-media-peruana-nacio-ayacucho-noticia-1719303?ref=nota_opinion&ft=contenido

domingo, 19 de julio de 2015

DE LA PRIMERA A LA SEGUNDA GENERACIÓN DE REFORMAS DEL ESTADO EN AMÉRICA LATINA; GIRO IDEOLÓGICO Y CAMBIO CONCEPTUAL José Guillermo García Chourio* * Sociólogo venezolano. Candidato a Magíster en Ciencias Políticas en Iberoamérica (Universidad Internacional de Andalucía). Profesor de la Universidad Católica Cecilio Acosta. Jefe de la Unidad de Investigación del Instituto Zuliano de Estudios Políticos, Económicos y Sociales, Escuela de Gobierno del Estado Zulia (IZEPES). Director de la revista Ciencias de Gobierno, Maracaibo, Venezuela. Para comentarios y reproducción de este material comunicarse con el autor a los correos: investigacion@izepes.org.ve; jggch@icqmail.com. Artículo recibido el 11 de septiembre de 2002 y aprobado por Consejo Editorial el 31 de marzo de 2003. Resumen Este trabajo explora la orientación ideológica y conceptual que ha guiado el proceso de reformas económicas en América Latina, diferenciando la puesta en marcha de las medidas en dos generaciones. Partimos de la idea de que la transición entre generaciones de reformas obedece a un cambio de las concepciones ideológicas y teóricas que sustentaron las reformas iniciales, producto de las experiencias de fracaso y oposición que han tenido los ajustes. Se concluye que existió un giro conceptual, expresado por el paso del enfoque de las expectativas racionales, el cual sustentó una política de choques externos mediante medidas de ajuste y de reducción del Estado para disciplinar a los agentes económicos, al enfoque neoinstitucional, que concibe las reformas como un proceso de creación de instituciones acordes para el buen funcionamiento del mercado, reconociéndose ahora al Estado como mecanismo bísico para reducir los costos de transacción de dichos agentes en el mercado. Palabras clave : Reforma del Estado, reformas de primera generación, ajuste macroeconómico, reformas de segunda generación, reforma institucional, América Latina. JEL: P110, P170. Abstract This article explores that ideological and conceptual orientation which has guided the process of economic reforms in Latin-America, differentiating those measures put into effect by two generations. A start is made from the idea that the transition between generations of reforms obeys a change in those ideological and theoretical concepts sustaining initial reforms, these being the product of the experience of failure and opposition to adjustment. It is concluded that there has been a conceptual volte-face, expressed by moving away from a rational expectations´ approach (sustaining a policy of external shocks through State adjustment and reduction measures aimed at disciplining economic agents) towards a neo-institutional approach. This conceives reforms as being a process of creating harmonious institutions for the good functioning of the market, recognising the State as being a basic mechanism for reducing transaction costs for such agents in the market. Key words: State reform, first generation reform, macroeconomic adjustment, second generation reform, institutional reform, Latin-America. JEL: P110, P170. Résumé Ce travail retrace l´orientation idéologique et conceptuelle qui a Preside au processus de réformes économiques en Amérique latine, en discriminant la mise en œuvre des mesures en deux générations successives. Nous sommes partis de l´idée que la transition entre générations de réformes correspond á un changement dans les conceptions idéologiques et théoriques ayant inspiré les réformes initiales, changement qui est le fruit des échecs subis et des oppositions suscitées par les ajustements. On conclut á un tournant conceptuel, qui se traduit par le passage d´une approche des attentes rationnelles, laquelle a fondé une politique de chocs externes par le moyen de mesures d´ajustement et de repli de l´État afin de discipliner les agents économiques, á une approche néo-institutionnelle, qui conçoit les reformes comme un processus de création d´institutions en harmonie avec le bon fonctionnement du marché, l´État étant désormais reconnu comme un mécanisme fondamental pour réduire les coûts de transaction entre les agents en question sur les marchés. Mots-reforme: réforme de l´État, réformes de première génération, Ajustement macro-économique, réformes de seconde génération, réforme institutionnelle, Amérique latine. JEL: P110, P170 INTRODUCCIÓN Desde que se comenzó a hablar sobre la necesidad de reformar el Estado en América Latina, los argumentos han variado notablemente. Existe una gran diferencia entre las razones que impulsaron los intentos de las llamadas "reformas administrativas" [ Oszlak 1999, 83] hasta la década de los setenta, prolongadas en algunos países hasta comienzos de los ochenta, y las que han impulsado el auge modernizador de los últimos años del siglo XX. La ola del reformismo administrativo que se inició en la década de los sesenta tenía como razón fundamental crear las condiciones administrativas necesarias al Modelo Desarrollista de Sustitución de Importaciones y prevaleció en muchos países hasta entrados los años ochenta. Durante ese tiempo, la figura del Estado se enalteció como agente propulsor de los cambios y se llegó a afirmar sin "ninguna duda que la historia latinoamericana marcha en dirección a un crecimiento significativamente muy importante de lo que se llama el Estado, al aparato del Estado, la administración pública, lo cual plantea el problema de cómo convertirlo en un instrumento eficiente" [ Kliskberg 1983, 6]. No obstante, la configuración de una nueva lógica de acumulación de capital en los países centrales condujo al abandono de las políticas keynesianas que desde la segunda posguerra dominaron el escenario económico de Occidente, abriendo paso nuevamente al ya histórico "movimiento pendular" de Estado vs. mercado [ Ibarra 1990], el cual en los últimos años termina por inclinarse en este último sentido. El surgimiento del neoliberalismo como fórmula para superar los reveses de una política sobreexpansiva de la masa monetaria, producto de un agotamiento del modelo estatal de desarrollo, dio nuevamente impulso al dogma del mercado como fuente de desarrollo mediante la apertura económica y la liberalización comercial, relegando al Estado al cumplimiento de funciones básicas de regulación y control de los agentes económicos privados. En América Latina, la crisis de la deuda se convirtió en el argumento fundamental para llevar a cabo una serie de programas iniciales de reforma, destinados a corregir en principio los graves desequilibrios macroeconómicos. Sin embargo, estas medidas, "que a menudo se adoptaron por razones de conveniencia a corto plazo, terminaron por convertirse en un nuevo enfoque de política a largo plazo" [ Thorp 1998, 216]. En esta conversión hacia una estrategia de largo plazo se han identificado dos generaciones de reforma del Estado. Las primeras están orientadas a superar desequilibrios monetarios y fiscales y son de corte más coyuntural, mientras que las segundas están referidas a la transformación de la estructura institucional del Estado y tienen un carácter de mediano y largo plazo. El objetivo de este trabajo es explorar, a grandes rasgos, la orientación ideológica y conceptual que ha guiado el proceso de reforma del Estado en América Latina a partir de los cambios hacia un modelo de economía de mercado que consagra la vía de orientar las economías hacia la producción de bienes y servicios para la exportación, lo cual ha implicado la puesta en marcha de un repertorio de medidas que pueden ser identificadas en dos fases o generaciones de reformas. Al respecto, consideramos que la transición de una primera generación de reformas a una segunda, más que significar una deliberada secuencia lineal por fases de un programa de políticas de mercado, obedece a un cambio de las concepciones ideológicas y teóricas que sustentaron las reformas iniciales, producto de las experiencias de fracaso y oposición que han tenido los ajustes. A pesar de las dificultades que involucra referirse a América Latina como un todo, dadas las múltiples particularidades que asume la reforma del Estado en cada caso nacional, es posible apreciar, en el conjunto de países de la región, un común denominador en torno a la manera como conceptualmente son concebidas las reformas, lo cual tiene su explicación en el alto grado de sujeción al que están sometidos los gobiernos por parte de los organismos multilaterales de crédito, quienes dictaminan una serie de programas de cambio que son más o menos homogéneos para todos los países latinoamericanos. En el transcurso de dos décadas hemos pasado de unas reformas justificadas por la crisis de la deuda a unas que se justifican por la globalización económica, donde la obligatoria inserción en dicho esquema ha evidenciado el reconocimiento de la misma como un proceso objetivo que ha secularizado un nuevo orden del que se desprende una lógica de inclusión/exclusión, fundamentada en el cumplimiento o no de las pautas que rigen el nuevo patrón de acumulación de capital. La hegemonía a escala mundial de esta nueva lógica de acumulación, fundamentada en la alta tecnología y la trasnacionalización del capital, se manifiesta en que es a partir del intercambio comercial desregulado desde donde se deja "que sean las empresas privadas las que asuman el riesgo, inviertan y creen riqueza o miseria según les vaya y según para quién" [ Castells 1998, 5]. En este sentido, y siguiendo a Flisfisch [ 1997, 228], las trayectorias de adaptación de las economías nacionales a las nuevas circunstancias económicas plantean un dilema real que se polariza entre crear un núcleo endógeno capaz de sostener el dinamismo tecnológico para penetrar exitosamente en el mercado mundial y delegar en agentes externos la responsabilidad del presente y del futuro de la estructura productiva latinoamericana. Dicho dilema es el que enfrenta América Latina en la actualidad y sobre el que ha gravitado la reforma del Estado en sus diferentes etapas de cambio. Veamos en lo que sigue como ha sido ese proceso de transformación. LAS REFORMAS DE PRIMERA GENERACIÓN (RPG) EN AMÉRICA LATINA Frente a las nuevas condiciones del comercio, las tradicionales políticas fiscales expansionistas de carácter subsidiario, las cuales apuntalaron la creación de grandes parques industriales y el desarrollo de un mercado de consumo endógeno, y que predominaron a partir de la segunda posguerra, mostraban signos de caducidad e inoperancia como vías para la rentabilidad de capital. El aumento constante del gasto y el agotamiento del patrón de acumulación en que se sustentaba, pusieron en evidencia la disfuncionalidad del carácter interventor del Estado y la necesidad de un redimensionamiento estatal caracterizado por una tendencia privatizadora y una concepción economicista que pone el acento en el aumento de las tarifas de los servicios que quedan bajo la tutela pública. Según el discurso dominante en América Latina, el papel intervencionista del Estado en la actividad económica y sus distorsiones del mercado a través de un gasto justificado en unas pretensiones igualitarias y unas expectativas distributivas eran la raíz de los grandes desequilibrios macroeconómicos. En este tipo de diagnóstico jugaron un papel muy importante los organismos multilaterales de crédito, que adquirieron poder a raíz de la crisis de la deuda y debilitaron la autonomía de los Estados nacionales. A juicio de Marcelo Cavarozzi: [ paradójicamente] el fenómeno que tornó posible la prolongación postrera de la relativa autonomía que había prevalecido en el diseño de políticas –es decir, el crédito externo abundante y barato– contribuiría a generar el patrón de dependencia novedoso y, asimismo, más brutal que se estableciera a partir de la década de 1980 [ Cavarozzi 1993, 19]. Las severas condiciones de los organismos multilaterales de crédito para permitir el acceso a nuevos empréstitos de la banca internacional implicaron la puesta en marcha de lo que se ha conocido como las "reformas de primera generación", que concentraron acciones dirigidas a la liberación comercial y a la privatización de activos del Estado, coordinadas por una élite tecnocrática relativamente aislada [ Naím 1995, 219]. Según Naím [ 1995, 215] –quien fue uno de los precursores en identificar históricamente las fases de las reformas de mercado–, las reformas de primera generación (RPG) se inician en Latinoamérica en la década de los ochenta con la ejecución de los shocks económicos por decreto, que tenían como objetivo cambiar las reglas que determinaban el comportamiento macroeconómico y conducir al desmantelamiento de muchas agencias estatales. A diferencia de las anteriores épocas reformistas del siglo XX, que habían puesto el acento en fortalecer la gestión del Estado, este nuevo ciclo de reformas hizo hincapié en la modificación de los límites de la gestión estatal a fin de reducirlos, ya que se ha considerado que los ámbitos de actuación alcanzados hasta entonces por el Estado le son contraproducentes a la buena marcha del nuevo esquema económico centrado en el mercado. En tal sentido, agrega Oszlak: Las reformas de primera generación tuvieron como objetivo central encoger al Estado, no necesariamente mejorarlo. Menos Estado no significaba comprimir su estructura y dotación por un simple afán racionalizador, sino porque ese aparato desarrollaba funciones y actividades que en el nuevo contexto ideológico pasaron a ser consideradas como ilegitimas [ Oszlak 1999, 85]. En América Latina, los programas iniciales de reforma combinaron una política de ajuste macroeconómico, destinada a corregir los graves desequilibrios fiscales, y una política de cambio estructural, con miras a establecer los elementos básicos para el desarrollo del modelo de economía hacia afuera. El objetivo fundamental era la racionalización de los recursos financieros del Estado, mediante "la eliminación de funciones gubernamentales, los cortes de gastos corrientes y de inversión, la reducción del personal, las privatizaciones, las desregulaciones y la descentralización" [ Souza y Moreira 1999, 1]. El tamaño de la deuda obligó a muchos países a seguir incondicionalmente unas pautas de reforma que, en forma de paquetes preconcebidos, aplican el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) para superar los desequilibrios macroeconómicos existentes y así honrar los compromisos financieros contraídos con la banca extranjera. Esto implicó una serie de programas de ajuste, caracterizados por una "seria austeridad fiscal, políticas restrictivas de la demanda, cambios en los patrones de tributación con la implementación de impuestos que proveerían al fisco de abundantes recursos, y otras medidas similares" [ Sulbrandt 1994, 16]. Los programas de ajuste que implementaron los organismos multilaterales en América Latina a comienzos de la década de los ochenta no apuntaban a lograr transformaciones profundas del modelo de desarrollo, debido a que el objetivo central de éstos era sellar el compromiso de pago de los países y sobre todo desmantelar los movimientos de unión que se estaban gestando entre los países deudores,1 movimientos que le estaban complicando a la banca internacional la posibilidad de alcanzar acuerdos totalmente favorables a sus intereses [ Lichtensztejn y Bae 1987, 120]. A juicio de estos autores, ello explica por qué el FMI, en el marco de los acuerdos, permitió que en muchos paóses de la región se intensificaran políticas que iban en contra del libre comercio, tales como la dualidad cambiaria, mayores controles sobre las importaciones y reformas tributarias con elementos que introducían distorsiones al comercio, tales como los impuestos a las transacciones financieras. Estas reformas han sido llevadas a la práctica bajo programas de ajuste que implican un convenio conjunto con el BM y el FMI, denominados ajustes estructurales con crecimiento, bajo la doble condicionalidad de estos organismos. La doble condicionalidad ha significado que las medidas de ajuste fiscal implementadas bajo la supervisión del FMI se efectúen paralelamente con la transformación del aparato estatal que el modelo neoliberal requiere, efectuándose este último proceso bajo la estricta asistencia técnica y financiera del BM, el cual hasta mediados de los noventa manejó y defendió a ultranza la tesis de la minimización del Estado, basada en la teoría de la elección pública. Desde el plano político, es necesario subrayar que la primera generación de reformas del Estado avanzó a lo interno de los países de la región, debido a la alta concentración de poder en el Ejecutivo para la toma de la decisión sobre la puesta en marcha de tales medidas, apelando para ello a la estrategia del decreto presidencial. Mediante dicho instrumento decisionista, "el Poder Ejecutivo podía adoptar reformas macroeconómicas con relativa independencia del resto del sistema político, las cuales eran fáciles de administrar" [ Naím 1995, 215]. Otro de los factores que impulsaron las RPG en América Latina fue el aislamiento tecnocrático que caracterizó el establecimiento de las medidas. Un grupo de economistas graduados en universidades norteamericanas y que ejercieron funciones como Ministros de Economía, Fomento e Industria se encargaron de la construcción de los alegatos técnicos con el fin despolitizar el problema de la reforma. Ello, sin embargo, no descarta que las RPG, en muchos casos y una vez aparecidas las reacciones iniciales de repudio social ante los primeros efectos regresivos, hayan tenido que ser redefinidas en búsqueda de lograr apoyo político para su mantenimiento, cuestión que, como veremos después, se hace más patente con las reformas de segunda generación (RSG). En gran medida, las RPG se caracterizaron por una gran "prescindencia social" en la toma de decisiones, que utilizó como principal estrategia, tal como dice Faletto [ 1989], la táctica del ´secreto´ y en la que las posibles opciones de cambio y la decisión sobre cuál opción se debe seguir tuvieron un matiz fundamentalmente técnico [ Camou 1997], que partía de la intención deliberada de negarle el acceso al ciudadano común a información sobre políticas que tendrían un impacto directo sobre su vida. En un contexto como el de la reforma de Estado, donde la misma implica una "recomposición del bloque en el poder" [ Medellín 1994]. [ ...] La toma de decisiones aparece determinada por el secreto y la connotación militar de las intervenciones. Por el secreto, porque es el medio a través del cual se busca imponer la primacía individual de intereses burocráticos y organizacionales particulares sobre el carácter colectivo de los intereses burocráticos y organizacionales. Por la connotación militar, porque es el medio táctico (en el sentido militar del término) a través del cual quienes toman la decisión en secreto tratan de identificar y evaluar los frentes posibles de tensión y conflicto social o institucional que desata o puede desatar una decisióón [ Medellín 1996, 213]. Ello ha obedecido a que "la dinámica del cambio estructural se proyecta tradicionalmente como una revuelta contra las formas jerárquicas y funcionales de poder heredadas del pasado" [ Medellín 1996, 212], haciendo necesaria la presencia de los "circuitos de expertise" a fin de desarticular el contenido conflictivo de las reformas a través de: i) generar una visón análoga de los problemas y las soluciones políticas disponibles, ii) relativizar el desacuerdo y evitar las posiciones cerradas en virtud de posiciones ideológicas, y iii) favorecer, apelando al expediente dogmático del saber especializado, la reducción de la complejidad de posibles soluciones alternativas fincadas en el principio de soberanía popular [ Camou 1997, 67]. Por otra parte, la ejecución de las políticas también ha sido posible con un mínimo de interferencia y redefinición, ya que algunos gobiernos se han valido con éxito de la percepción social sobre la necesidad imperiosa de conjurar las crisis económicas a como dé lugar, visión que ha tenido mayor presencia en contextos hiperinflacionarios [ Paramio 1999, 42], como han sido los casos de Argentina y Brasil, países que llegaron a experimentar inflaciones de más de tres dígitos. Los programas de ajuste estructural con crecimiento del FMI y del BM marcaron la consolidación de las directrices de acción de estos organismos en las transformaciones de fondo de los procesos de producción de los países de América Latina, es decir, pusieron el énfasis en el desarrollo de la producción para la exportación, la plena apertura y la reducción del Estado; sin embargo, dichos programas han asumido en los últimos años una nueva orientación conceptual que involucra la reaparición del Estado, eso sí con algunas condiciones y con otro esquema de desempeño, más allá del de árbitro en el intercambio que realizan los agentes privados. REFORMAS DE SEGUNDA GENERACIÓN (RGS): HACIA LA REFORMA INSTITUCIONAL DEL ESTADO Bajo la reestructuración capitalista, el redimensionamiento del Estado, además de haber significado la transformación de las relaciones de propiedad estatal en relaciones de propiedad privada, nacional y transnacional mediante las privatizaciones [ Costilla 1994, 7], implica una serie de modificaciones de su gestión administrativa y de creación de instituciones que forman parte de lo que ha sido considerado como las "reformas de segunda generación" [ Burki y Edwards 1995, 7]. El impacto de la liberalización económica y la apertura comercial ha obligado a una transformación institucional del Estado con el fin de establecer condiciones para el modelo de mercado, lo cual ha llegado hasta el punto de "alcanzar numerosas dimensiones relacionadas con las diversas polÍticas: sistema tributario, mercado laboral, polÍtica social y comercio" [ Grinspun y Kreklewich 1995, 125]. Esta nueva etapa de reformas es considerada por NaÍm [ 1995] como continuidad del proceso –que comenzó en los años ochenta– de ejecución de polÍticas orientadas a consolidar definitivamente un modelo de organización social centrado en el mercado. SegÚn este autor, desde mediados de los noventa "Latinoamérica está entrando en una nueva fase de su proceso de reforma. La terapia de shock abre paso a una fase de creación y rehabilitación de instituciones" [ Naím 1995, 216]. Dicho carácter de continuidad, expresado en la secuencia ´primera y segunda´ reformas, ha sido cuestionado por Oszlak. A su juicio: "la alusión pretende establecer una secuencia inevitable, que sólo se explica por una suerte de determinismo histórico, según el cual la lógica del proceso de transformación estatal debe ajustarse a un curso lineal y predeterminado" [ Oszlak 1999, 82]. A pesar de esta crítica, que realiza en la primera parte de su trabajo, este autor toma después una posición muy ambigua sobre el rasgo secuencial de las reformas, al asumir los conceptos y reconocer que los mismos dan cuenta de un proceso ordenado de políticas orientadas a transformar al Estado, proceso que trae consigo la reconversión neoliberal. El reconocimiento en Oszlak de dicho continuum queda expresado de manera contundente en las relaciones comienzo-fin-comienzo que plantea sobre el orden de las reformas. De allí que enuncie que "es difícil analizar la 'segunda reforma' sin una previa referencia a la 'primera'. En esencia, en esa etapa se decidió seguir una secuencia que comenzó por redefinir el papel del Estado, continuaba con la reestructuración del aparato institucional resultante de tal redefinición y culminaba con una reducción de personal, consecuente con las dos decisiones previas" [ 1999, 85]. Un argumento más sólido que rebate la supuesta secuencia lineal de las reformas nos lo ofrece Paramio [ 1999]. Según este autor, circunstancias ligadas a la dinámica política y económica de los propios países y a la evolución del contexto económico internacional han obligado a que muchos gobiernos ejecuten reformas de segunda generación sin haber completado aún el paquete de primeras reformas. Tal situación, en cierto modo, había sido considerada por Naím al afirmar que "la lentitud con que se adoptan las transformaciones cruciales a menudo conduce al resurgimiento de desequilibrios macroeconómicos que requieren de correcciones características de la primera fase", como ajustes fiscales o devaluaciones repentinas [ 1995, 220]. Sin embargo, este autor, más que desechar el principio de continuidad lineal de las medidas, lo refuerza, ya que parte de reconocer los desequilibrios fiscales como un retroceso en la secuencia a causa de errores de ejecución. Todo esto nos lleva a reconocer la existencia, en la actualidad, de una ejecución simultánea tanto de políticas que han sido consideradas de primera generación como de las que caen bajo el rótulo de las de segunda, sin que existan de por medio unos límites que fijen las temporalidades de inicio o fin de una determinada fase de reforma. En este sentido Paramio [ 1999, 19] afirma que "este encabalgamiento de reformas, sumado al mantenimiento de las restricciones económicas, impide introducir un esquema simple de contraposición entre las reformas (impuestas) de la primera oleada y reformas de segunda generación". Por otra parte, Bresser [ 1999] hace otro tipo de distinción entre las RPG y las RSG, que trata también de romper con el carácter lineal de la evolución de las reformas del Estado. Dicha diferencia está asociada a un cambio de concepción ideológica y estratégica de las reformas. A su entender, [ ...] en los años ochenta, la preocupación fundamental de la "primera ola" de reformas fue la de promover el ajuste estructural de las economías en crisis, particularmente de aquellas altamente endeudadas y en desarrollo, como el Brasil. Ya en los años noventa, cuando se percibe que ese ajuste no podría, en términos realistas, llevar al Estado mínimo, se produce la "segunda ola" de reformas. En tanto que en la primera ola la supremacía de la perspectiva económica lleva, en relación con el Estado, esencialmente a una política de downsizing, en la segunda ola las reformas tienen un carácter institucional [ Bresser 1999, 24]. Es así como América Latina inicia una agenda de políticas orientadas a mejorar la capacidad administrativa e institucional del Estado, que inaugura un segundo estadio de reformas, el cual va paralelo a la ejecución de medidas de primera generación. Dicha superposición de reformas, además de obedecer al avance en pro de consolidar un modelo de mercado, ha obedecido a que las crisis posteriores a la primera oleada de reformas ha llevado a un replanteamiento del modelo, y, siendo imposible volver atrás, la agenda política debería girar sobre los cambios necesarios para corregir las consecuencias negativas de las primeras [ Paramio 1999, 18]. En esta perspectiva, las RSG han representado una revitalización del papel del aparato público en los asuntos del desarrollo económico, minimizado en la primera etapa de reformas pero ahora rescatado bajo la tesis de que la creación de una serie de dispositivos institucionales públicos les posibilita a los agentes privados operar con un margen de menor incertidumbre, argumento que –como veremos más adelante– forma parte del llamado "nuevo institucionalismo", orientación teórica que domina el pensamiento económico contemporáneo. En este sentido, los nuevos planes de reforma han estado dirigidos a la búsqueda de: a) eficiencia de los servicios públicos, a ser alcanzada por la optimización de los recursos financieros vía el estímulo a la competición administrada de los recursos humanos y financieros; b) efectividad; c) democratización, con el involucramiento de la comunidad en las decisiones relativas a las acciones públicas; y d) descentralización, hacia las esferas subnacionales, de las responsabilidades de provisión de infraestructura y de los servicios sociales [ Souza y Moreira 1999, 2]. En esta nueva fase, asegura Naím [ 1995, 216], "el proceso de creación y desarrollo de las instituciones necesarias para apoyar las nuevas políticas será lento, engorroso, costoso y técnicamente difícil". A causa de la percepción social negativa que originó las crisis posteriores a las primeras reformas, "la oportunidad política para la introducción de reformas de segunda generación viene acompañada de fuertes restricciones para su diseño y puesta en práctica" [ Paramio 1999, 19]. Sobre las condiciones políticas e institucionales para la viabilidad de las reformas económicas en América Latina se ha manejado tradicionalmente, entre los analistas, la posición reduccionista de que la implementación de las políticas de ajuste está asociada casi exclusivamente al grado de voluntad política de los gobernantes. A juicio de Torres: "esta perspectiva adolece de una visión demasiado voluntarista de la formación de las políticas públicas, ya que presupone que los líderes de gobierno tienen un alto grado de control sobre el contexto institucional y político en el que actúan" [ Torres 1998, 16]. Dada la crítica, y frente a las consecuencias del fracaso y la oposición que han tenido los programas de ajuste, se ha abierto en los últimos años una reflexión por parte de algunos especialistas, de donde derivó la tesis de "que la aplicación del ajuste dependía en gran medida de la existencia de condiciones políticas favorables" [ Vieux y Petras 1996, 143]. Algunos autores, como Torres, manifiestan que el proceso de reforma "incluye la tarea de movilizar los apoyos sociales y las capacidades institucionales para implementar dichas políticas y neutralizar a quienes se oponen a ellas" [ 1998, 16]. Por su parte, Kliksberg [ 1989, 34] sostiene la idea de una "estrategia selectiva de modernización", en donde la selección de aspectos particulares de la gestión para su modernización permite, a diferencia de las reformas globales de todo el aparato público características de los años cincuenta y sesenta, centrar el "análisis en la identificación de las fuerzas favorables y contrarias al cambio y el diseño de la táctica para actuar en relación con ellas", ya que se asume la reforma como un proceso de cambio social y, por lo tanto, hay que encararla como un proceso político. Al contrario de las RPG, que tuvieron lugar en medio de una percepción social sobre la grave crisis fiscal e inflacionaria que planteaba la necesidad de superarla a como diera lugar, las RSG, por estar dirigidas a la configuración de un nuevo modelo, implican diversas visiones, generalmente opuestas entre los distintos actores de la sociedad, sobre la naturaleza de las transformaciones, posiciones que surgen de cómo estas políticas los afectan, si positiva o negativamente. Esta nueva serie de medidas, tal como sostienen Souza y Moreira [ 1999, 9], son "políticamente más complejas que las de la primera, al involucrar numerosos intereses que se multiplican en cada situación específica, al contrario de los conflictos que suscitan las reformas de primera generación, más polarizados". En la misma línea se pronuncian Elizondo y Heredia [ 2000, 86], quienes, si bien reconocen que durante las RPG resulta adecuado y en ocasiones óptimo que élites tecnocráticas operen por encima de las estructuras políticas tradicionales, afirman que "en el caso de las reformas de segunda generación –modernización administrativa, reforma del poder judicial, por ejemplo– los requerimientos políticos suelen ser más complejos y los tiempos de gestación, introducción y maduración muchos más largos". En el imaginario de muchos lideres políticos, dichas reformas, dado su carácter de mediano y largo plazo, no representan un dispositivo potencial que permita obtener popularidad con miras a las próximas elecciones. Bajo esta percepción las reformas son vistas como poco atractivas, menos aún si las mismas implican altos costos políticos y un sinnúmero de negociaciones que muchas veces estrechan los márgenes para gobernar. Frente a esta situación se hace poco factible que los actores políticos se atrevan a cambiar el marco institucional en el que operan si dicho intento les significa un riesgo sobre las posiciones de poder que habían alcanzado hasta entonces con sus tradicionales reglas de juego. En todo caso, cuando sus posiciones se sientan amenazadas por algún cuadro de crisis, éstos podrán introducir algunas reglas nuevas pero no necesariamente cambiar todo el juego. A pesar de las múltiples presiones externas por la adopción de un nuevo patrón de intercambio y actuación económica –condicionalidad de organismos internacionales financieros, globalización–, para el cual cualquier intento de postergar o disminuir su ritmo de acogida puede significar una mayor profundización de la crisis, resulta un poco apresurado de todas maneras afirmar que los actores políticos en un contexto nacional específico acogen los nuevos esquemas normativos en forma irrestricta. Tradicionalmente, muchos gobernantes se sienten más inclinados a políticas que produzcan resultados positivos a corto plazo y cuyos efectos inmediatos sean percibidos más fácilmente por la población, ya que implican un cambio súbito de una situación a otra, lo cual asegura por lo menos cierta legitimidad a la gestión durante algún tiempo. Bajo este axioma han surgido "los planes económicos ´heterodoxos´, e intermediarios o mediadores entre las visiones e intereses de complicadas redes de asuntos integradas por políticos, funcionarios de organismos multilaterales, empresarios y otros actores formales e informales del proceso de reformas económicas" [ Camou 1997, 63]. En este juego institucional de las ideas, han estado presentes diferentes orientaciones conceptuales sobre las reformas y cómo llevarlas adelante, siendo las de los organismos multilaterales de crédito las de mayor peso. En este sentido, se pueden identificar dos enfoques teóricos que han predominado respectivamente en cada una de las oleadas de reforma, criterio que consideramos válido para establecer un lindero entre las RPG y las RSG y que nos lleva a entender el término "generación" más desde el punto de vista de reconocer las RSG como una nueva estirpe que como una sucesión lineal de políticas en el tiempo, las cuales inician con las RPG.. REVISIONISMO IDEOLÓGICO Y REPLANTEAMIENTO TEÓRICO DE LAS REFORMAS Independientemente de las diversas singularidades que ha adquirido la reforma del Estado en los diferentes países de América Latina, la manera como han sido confeccionadas y, muchas veces, ejecutadas las medidas ha respondido a todo un esquema ideológico y conceptual esgrimido por intelectuales y especialistas, quienes, a partir de una interpretación de la crisis estructural en que ha estado sumida la región, han construido un diagnóstico del problema y una fórmula para superarla que ha ido en beneficio de los centros de poder económico internacional. La elaboración de dicho análisis y las prescripciones correctivas realizadas hasta ahora han formado parte de una dinámica de producción del saber basada en una lucha entre diversas visiones e interpretaciones de la crisis –con sus respectivas orientaciones ideológicas y envueltas en una alta carga axiológica particular–, de donde resulta un conocimiento que es legítimo en la medida en que responde a intereses económicos poderosos; cualquier otra interpretación de la crisis "plantea altos ´costo de entrada´ a los disidentes y a los que tienen opiniones divergentes" [ Vieux y Petras 1996, 146]. El expediente científico de la modernización del aparato público emerge como un recurso que permite sacar de la arena política la decisión de establecer un nuevo modelo de Estado, dado que lo reconceptualiza como un asunto meramente técnico. Ello permite disuadir cualquier intento de reacción negativa, dado que su papel es supuestamente neutral en la búsqueda de una eficiencia que, en esta perspectiva, "deja de ser un principio técnico de asignación y uso de los recursos para convertirse en el nuevo referente que debe procesar los conflictos de intereses" [ Medellín 1994, 105]. La neutralidad valorativa de la reforma del Estado en América Latina ha sido solamente un mito [ Romero 1992] que ha servido para arropar argumentos ideológicos y subjetivos basados en una supuesta cientificidad que proclama estar alejada de cualquier prejuicio, estereotipo o valor. En vista de ello, "el sueño de políticas públicas value-free se ha esfumado a medida que los valores subyacentes a una conceptualización teórica eran desmontados y criticados por otros politólogos en nombre de otros valores" [ Meny y Thoenig 1992, 46]. En medio de los límites que impone una producción del saber ligada a los intereses de los grandes centros de poder internacional, las orientaciones teóricas dominantes que han existido en torno a las reformas han sido hasta ahora dos: la de las expectativas racionales y la neoinstitucional, siendo el surgimiento de este último el producto de un profundo revisionismo teórico y un gran cambio conceptual del primero, a raíz de las experiencias de fracaso y oposición que han tenido los programas de ajuste, giro en función del cual podemos hablar con propiedad de dos generaciones de reformas, ya que cada una obedece respectivamente a uno de dichos enfoques. El enfoque de las expectativas racionales Con el auge en los años setenta de las teorías racionales derivadas de la teoría económica neoclásica comienza en la ciencia política un desplazamiento de las determinaciones basadas en estructuras sociales omnicomprensivas –tales como la clase social, las normas y las instituciones legales– hacia un individualismo metodológico que centra toda su atención en las estrategias particulares de los sujetos para explicar la acción social [ Downs 1973; Olson 1992]. Bajo la premisa netamente economicista de que, en un contexto de múltiples opciones, los individuos eligen de manera racional aquella que implique menos sacrificios y reporte mayores beneficios, hace su aparición el enfoque de las expectativas racionales en las ciencias políticas y administrativas. Esta perspectiva ha tenido tal grado de influencia en el ámbito académico que más de un autor perteneciente a otra corriente teórica ha desarrollado planteamientos en clave racional para entender el comportamiento de la burocracia y las contradicciones del Estado capitalista [ Crozier 1969; Offe 1989]. Los planteamientos de Offe sobre el Estado de bienestar [ 1989] son un caso bastante característico de dicha actitud. Este autor, representante de la corriente neomarxista, apoyándose en ciertos elementos de la ciencia política norteamericana expone, mediante la teoría de los juegos, la crisis fiscal del Estado –escasez de recursos y decrecimiento económico– como una situación que promueve un entorno en donde no prosperan acuerdos colectivos de ´atención pública´ y solidaridad política, sino más bien como contexto que propicia, entre los actores, juegos tipo suma cero. El cuestionamiento que se le hizo al Estado de bienestar durante las décadas de los setenta y ochenta partió de identificar su crisis fiscal como producto de unas contradicciones que tenían su base en el comportamiento racional de los individuos en torno a las políticas públicas asistencialistas que apuntalaron la creación de una amplia clase media [ Offe 1989]. Según este autor, "cuanto más altos sean el estatus y los ingresos que el Estado de bienestar nos proporciona, menor es nuestra motivación racional a vincular los privilegios a acuerdos colectivistas [ previsiblemente precarios] y mayor es la inclinación a buscar –y a apoyar partidos que proponen diseños de– alternativas de mercado privado" [ Offe 1989, 206]. El principio individualista de la acción a partir de un cálculo racional es uno de los principales fundamentos de escuela del Public Choice,2 la cual subraya, según Meny y Thoenig [ 1992, 48-51], que las estructuras de organización y decisión contribuyen a dar forma a los comportamientos de los individuos, induciéndolos a realizar elecciones racionales, habida cuenta de sus conocimientos sobre los elementos que permiten evaluar los costos y beneficios. En este sentido, se consideraron las instituciones del Estado de bienestar como responsables y promotoras de una desestructuración de colectividades que trae consigo "una pauta interpretativa que desconfía profundamente de los programas sociales como ´bienes públicos´ y que, en vez de ello, tiende a descifrar tales políticas en términos de ganancias y pérdidas, explotación, parasitismo, redistribución y así sucesivamente, esto es, en categorías individualistas del hombre económico" [ Offe 1989, 201]. Con dicho argumento en mano, comenzó en el mundo occidental una acérrima critica sobre el papel intervencionista del Estado en la actividad económica y su supuesta distorsión en el mercado a través de un gasto social que, justificado en unas pretensiones igualitarias y unas expectativas distributivas, generaba déficit e inflación. En la esfera política, simultáneamente, la "crisis de gobernabilidad" en que se tradujo la crisis del modelo de bienestar fue vista como producto de un ´exceso´ de demandas que el Estado, en la actual situación de desequilibrio fiscal, está imposibilitado de satisfacer. Ante tales diagnósticos, la receta fue "deflacionar la política y la economía" [ Portantiero 1989, 89], postulado básico con el cual hacía su aparición el neoliberalismo, imponiéndose en América Latina mediante las RPG. Siguiendo el enfoque de la expectativas racionales, el deterioro del Estado como agente promotor del crecimiento económico es ocasionado por el atrincheramiento al que se encuentra sometido, producto de las presiones de los diversos grupos de interés, lo cual lleva imperativamente a las élites políticas en el gobierno, en aras de mantener legitimidad y desalentar la protesta, a mantener una estructura de organización que corporativiza más aún al Estado, haciéndolo paulatinamente más ineficiente en el cumplimiento de sus funciones [ Olson 1992]. A juicio de Vieux y Petras, la corriente teórica de la Nueva Economía Política de Mancur Olson es uno de los argumentos mediante el cual se ha conseguido vender el ajuste neoliberal en los países que atraviesan por profundas crisis fiscales e inflacionarias, ya que dicha teoría diagnóstica la ´inercia institucional´ en que cae el Estado al verse atrapado por grupos y fuerzas sociales ´buscadores de rentas´, como un cuadro donde proliferan, de manera perpetua, acuerdos "que desviarán el seguimiento de objetivos más amplios, tales como el aumento del Pnb y la baja de la inflación, a favor de una búsqueda de ventajas económicas individuales" [ Vieux y Petras 1996, 144]. Para los neoliberales racionalistas, como hemos creído conveniente llamar a los ideólogos y representantes del enfoque de mercado en clave de acción racional, la presencia de alianzas basadas en demandas muy particulares e individualistas entre grupos de interés y el sector gubernamental llevan a la génesis de una estrategia predadora de las rentas del Estado por parte de estos grupos y a una inacción de los gobernantes para disolver dicha situación. La disposición a soportar este escenario y la tolerancia de la élite gobernante con él –no importando lo disfuncionales e ineficientes que resulten para el desempeño del aparato estatal– vienen dadas por el objetivo racional de obtener apoyo político y electoral de dichos grupos, lo cual lleva a los políticos y burócratas a sentirse motivados a interactuar con tales buscadores de rentas, estableciendo de manera estructural un vínculo de dependencia de los primeros con respecto a los segundos que crea un círculo vicioso de inercia institucional en el Estado. Según el enfoque racional, en un contexto como el mencionado cualquier intento de transformación de las expectativas de los actores encuentra poca o ninguna posibilidad de tener éxito. La autorreproducción de la inercia viene dada en función de "que los incentivos para entregarse a actividades de búsqueda de ganancias y patrocinio aumentan a medida que aumenta el número de individuos que las practican" [ Buscalia et al. 1995, 317], llevando por ende a que un incremento de las actividades de consecución de ganancias oportunistas las haga más atractivas racionalmente que el comportamiento eficiente del aparato estatal. El carácter depredador de los diferentes grupos dentro del sector público lleva por automatismo a considerar al mismo Estado como incapaz de desarrollar acciones para vencer la inercia institucional en la que se encuentra inmerso. Frente a ello, y basándose igualmente en los planteamientos de Mancur Olson, la receta que diseñaron los neoliberales racionalistas fue llevar a cabo una política de shocks económicos y sociales que alterasen la estructura de rutinas institucionalizadas basadas en ese esquema depredador, de tal manera que se rompieran las expectativas de los buscadores de rentas. Vemos así cómo, a partir de este muy bien estructurado diagnóstico y su respectiva receta, es posible explicar el carácter de choque que han tenido las RPG a la hora de llevar a cabo los ajustes. Las veces que, con sorpresa e impresión para los actores económicos y sociales, eran ejecutadas las reformas, tenían el objetivo de someterlos a un trauma para que modificaran sus preferencias rentistas. Anticipándose a cualquier reacción en contra que pudieran tener los agentes frente a cambios de las rutinas, muchas de las rpg se han caracterizado por ser intervenciones basadas en el secreto y el factor sorpresa. La política de ajuste a través de shocks sorpresa se ha justificado como medida para quebrar las expectativas y modificar las rutinas tradicionales de los agentes económicos. Para los neoliberales racionalistas, los agentes, hasta antes de tales shocks, sólo se han manejado racionalmente en función de las expectativas generadas de la experiencia y del conocimiento previo que tienen de las tradicionales acciones macroeconómicas que caracterizan a un Estado interventor, las cuales generan déficit e inflación,3 de manera que, con los ajustes, al cambiar la política macroeconómica de interventora a liberalizadora, los agentes se adaptarán instantáneamente y de forma automática a las nuevas acciones de la política económica de mercado, ya que ello obligará súbitamente a un cambio de expectativas. Bajo el llamado Consenso de Washington, los organismos internacionales consideraron la liberalización comercial, la desregulación y la privatización como estrategias de ajuste de fácil aplicación para modificar las expectativas de los agentes. A juicio de Stiglitz [ 1998, 172], "el éxito del Consenso de Washington como doctrina intelectual se basa en su simplicidad: las políticas recomendadas pueden ser administradas por los economistas utilizando un poco más que simples marcos contables [ ... ] De hecho, en algunos casos, los economistas viajarían a un país, mirarían e intentarían verificar estos datos y harían recomendaciones macroeconómicas para reformar las políticas, todo esto en un par de semanas". Sobre la convicción teórica de que los actores se comportan de manera racional fueron puestos en práctica, según circunstancias específicas en cada caso nacional, programas de ajustes de tipo tanto ortodoxo como heterodoxo, y ambos, a pesar de las diferencias entre los planes, tenían como característica común la política de shocks. Uno de los tantos ejemplos de ello fue el Plan Cruzado aplicado en Brasil en 1986. Este programa, de corte heterodoxo, partió del diagnóstico de que la economía estaba sumergida en una "memoria inflacionaria"4 producida por los agentes económicos, lo cual "precisaba un tratamiento de shock para producir una súbita reversión de expectativas" [ Panizza 1999, 19]. Por el lado ortodoxo, la fórmula, frente a un contexto de incremento de la demanda o de aumento de las presiones salariales, fue liberar precios y abrir las puertas a las importaciones para forzar a la industria nacional a aumentar la productividad y a disciplinar los precios mediante la competencia. "Se puede discutir si el mecanismo funciona eficazmente en momentos de rápido auge, o si sus costes [ en términos de balanza comercial y de destrucción de empresas] son superiores a los efectos antiinflacionarios, pero se trata de una decisión racional [ acertada o no] en términos de política económica" [ Paramio 2000, 14]. La imagen de exterioridad con respecto al Estado que presentaron muchas veces las RPG, además de deberse a la reducción del margen de autonomía que han sufrido los gobiernos en materia de políticas públicas, dadas las fuertes condicionalidades de los organismos internacionales –que llevan a identificar las medidas de ajuste como de tipo top down–, obedece al convencimiento teórico de los neoliberales racionalistas, siguiendo los planteamientos de North [ 1993] sobre el concepto de "dependencia de la vía", de que el Estado, debido a la mencionada situación del círculo vicioso de burócratas y políticos respondiendo a presiones de buscadores de rentas, es incapaz de producir desde su interior la potencia indispensable para modificar la estructura de incentivos que favorece dicho círculo y de encauzarse por sí mismo en la transformación de su estructura institucional con rutinas que conduzcan a un desempeño eficiente. Con el paso de los años, y con base en las experiencias dejadas por las reformas hechas en los países durante las décadas de los ochenta y los noventa, fueron puestas sobre el tapete las grandes limitaciones de las rpg en términos de apuntalar un crecimiento sostenido del mercado y garantizar la seguridad de los intercambios comerciales, dados la indefensión de las economías nacionales para resistir los embates de las recurrentes crisis financieras internacionales, el descontento ciudadano por los pésimos resultados sociales y la oposición política que han tenido muchos gobernantes y partidos políticos que abrazaron las medidas iniciales. Bajo estas circunstancias comenzó un replanteamiento tanto ideológico como teórico en torno al por qué y al cómo del proceso de reformas, asunto que ha llevado a una revisión académica de los enfoques conceptuales subyacentes a las rpg, en el que ha venido tomando auge una corriente teórica mayormente conocida como el "neoinstitucionalismo", la cual sin embargo contiene muchos elementos del modelo predecesor de las expectativas racionales. El enfoque neoinstitucional A partir de los efectos y resultados nada alentadores de las primeras reformas fueron puestos en tela de juicio muchos de los fundamentos teóricos que las sustentaban. Se cuestionó el carácter limitado del enfoque de las expectativas racionales, en relación con el hecho de que dicha teoría no toma en cuenta cómo se forman las preferencias de los actores, con lo cual se desestimó la creación de nuevos incentivos para conducir a un cambio de la forma usual de comportamiento que mantienen los actores para perpetuar la inercia institucional. Se creyó firmemente que los actores modificarían sus expectativas de manera automática al encontrarse frente a un entorno de liberalización comercial, apertura económica y desregulación estatal. La estrategia enfocada en modificar súbitamente el marco de inercia económica y social en que se movían los agentes, partiendo de la premisa de que los mismos se adaptarían de manera racional al nuevo esquema que resultara de las reformas, era de por sí cerrada al análisis de los factores culturales que subyacen a la conducta de los agentes y demasiado minimalista en cuanto al papel que debía tener el Estado en el libre juego de la oferta y la demanda. De manera ingenua se pensó que ningún actor se atrevería –metafóricamente hablando– a "hacer trampa" en dicho juego, ya que ello se presumía "irracional" en términos de beneficios. Se pensó que el nuevo cuadro que resultara de las políticas de ajuste eliminaría las distorsiones del Estado y reduciría irregularidades administrativas como la corrupción y el clientelismo. Sin embargo, la realidad ha demostrado que, bajo las primeras reformas, los agentes económicos, más que haber descartado sus tradicionales rutinas vinculadas a la cooptación estatal y al compadrazgo, las han recreado y readecuado al escenario producido por los ajustes, aumentando en muchos casos la inercia institucional que se pretendía superar con las políticas de shock. La merma de la distribución de los recursos públicos, debida en parte a la austeridad fiscal planteada por la dinámica del ajuste recesivo, ha conducido a procesos de neocorporativización de las relaciones entre el Estado y ciertos sectores organizados de la sociedad civil, que llevan implícito, tal como señala Gómez [ 1997, 29], un "clientelismo negativo", basado en que, "ya que el clientelismo no funciona como un incentivo para el logro de una ventaja, sino como amenaza de pérdida de un derecho, al escasear los bienes que distribuía el Estado, la intermediación política adquiere más valor". La falta de una estrategia deliberada para el aprendizaje organizacional de unos agentes económicos que fueron sometidos de manera repentina a un contexto de libre mercado ha ocasionado profundas externalidades en la internacionalización de las economías nacionales, que sobrepasan en algunos casos el calibre de las distorsiones que anteriormente se le atribuían al Estado. En este sentido comenzó a ganar terreno entre los reformadores la idea de que era necesario contar con un adecuado esquema de instituciones estatales que le permitiera al mercado operar de forma eficiente, dado que, "a no ser que la economía sea de verdadera competencia, los beneficios del libre comercio y de la privatización serán disipados en la captura de rentas, y no dirigidos a la creación de riqueza" [ Stiglitz 1998, 200]. Paradójicamente, las limitaciones expuestas en más de una década de reformas por una estrategia de ajuste que tenía como telón de fondo desacreditar al Estado, han generado una revitalización del mismo como factor del desarrollo económico, a partir de reconocer lo importante que es, para el libre comercio, el apoyo de unos Estados fuertes en el ámbito de las economías nacionales. Las traumáticas experiencias de la liberalización y la apertura de los mercados en clave de shock pusieron "en evidencia que los incentivos no trabajarían o generarían resultados perversos en ausencia de instituciones adecuadas" [ Rodrik 1999, 2]. En virtud de reflexiones de este tipo se inicia en los años noventa un proceso de redefinición de los programas de reforma, dirigidos ahora a fortalecer al Estado, con el propósito de convertirlo en un actor garante del disciplinamiento organizacional de la sociedad mediante el desarrollo de una base institucional que incentive un normal y eficiente funcionamiento de los mercados. Ante la imperiosa tarea de desarrollar y reforzar las instituciones estatales hacen así su aparición las rsg como parte de un nuevo esquema de medidas orientadas por el llamado "nuevo institucionalismo", el cual reconoce las instituciones como un "sistema de normas y reglas que cumplen importantes funciones sociales, pues delimitan el marco en el que los individuos y organizaciones pueden plantearse sus expectativas y objetivos" [ Prast 2000, 209]. El neoinstitucionalismo, como es enfocado por los llamados "estatistas neoliberales" [ Vieux y Petras 1996] de las rsg, es aquel en donde todo actor, no importando el origen de su base –nacional o internacional, privada, pública o neogubernamental–, se convierte de manera eficiente en parte del sistema de mercado si es disciplinado por las instituciones y los procedimientos de ese sistema, o sea, si está de acuerdo con las reglas que plantea el sistema, lo cual implica un espacio estatal para construir el compromiso y la identificación con dichas reglas. A juicio de Chalmers [ 1995, 34], "el sentido de la palabra ´reglas´ aquí es aquel de expectativas mutuas estables en relación con lo que se considera comportamiento apropiado. Éstas pueden diferir grandemente de la noción normal de cuáles son las regulaciones procedimentales". En virtud de ello, las instituciones "conforman el sistema total de constricciones e incentivos de una determinada sociedad" [ Prats 2000, 210], a partir del cual los actores definen sus estrategias de acción. La orientación de cambio institucional que subyace a las rsg ha implicado, por una parte, reconocer nuevamente una serie de premisas teóricas que en el pasado fueron altamente cuestionadas y, por la otra, relativizar algunas que fueron sobredimensionadas con la puesta en marcha de las rpg. Al respecto, algunos autores sostienen que corrientes como el "neoinstitucionalismo, policy communities, constituyen variantes de una misma preocupación; es decir, el doble rechazo de un racionalismo economicista y de una sociedad que depende de un Estado, a su vez, cautivo de una minoría" [ Meny y Thoenig 1992, 46]. Discrepamos de estos autores con respecto a que el neoinstitucionalismo represente un total rechazo al postulado racionalista: creemos más bien que el mismo reduce las pretensiones deterministas de la acción basadas en el cálculo costo/beneficio pero no las desestima del todo. En este sentido, compartimos la posición moderada de March y Olsen [ 1993, 13], basada en que los planteamientos del nuevo institucionalismo "restan énfasis a las metáforas de la elección y de los resultados distributivos a favor de otras lógicas de la acción y de la centralidad de los significados y de la acción simbólica". Dicha posición, menos extrema y que admite en el neoinstitucionalismo ciertos elementos de la teoría de la elección racional, se encuentra también en Botella [ 1997, 28], quien afirma que "los policy styles y el denominado nuevo institucionalismo son intentos claros de dar un nuevo alcance a la noción de cultura política y de vincularla a modelos de tipo racional", lo cual nos lleva a reconocer que las instituciones sirven en gran parte como un "juego de herramientas (tool kit) o repertorio del que los actores seleccionan distintas piezas para construir las líneas de acción" [ Swidler 1996, 138]. Otra de las premisas rescatadas con el auge del neoinstitucionalismo es que se admite alguna autonomía relativa del Estado para el desarrollo de instituciones formales e informales, la cual, más que ser una constante, obedece a situaciones sociopolíticas específicas. Trascendiendo el diagnóstico de la perenne inercia institucional autopromovida por el aparato estatal que en principio plantearon las rpg, el nuevo enfoque de los estatistas neoliberales contempla que "en ciertas circunstancias el Estado es capaz de liberarse del cautiverio de los sectores rentistas y de llevar a la sociedad en la dirección de una economía capitalista más abierta y competitiva" [ Vieux y Petras 1996, 143]. El nuevo institucionalismo reconoce la importancia de las instituciones tanto formales como informales para el desarrollo económico. Su significación en el esquema de mercado es que las mismas proporcionan un cuadro de previsiblidad sobre y para los actores, ya que, tal como subraya Putnam [ 1993, 166], "el papel de las instituciones formales es reducir los costos de transacción [ esto es, los costos de monitorear y reforzar los acuerdos] y de este modo capacitar agentes más eficientes para vencer problemas de oportunismo y evasión". Lo mismo cabe para las instituciones informales, las cuales están circunscritas al plano de los valores y la cultura, donde son vistas como "un conjunto de pautas de actividades supraorganizativas mediante las cuales los seres humanos rigen su vida material en el espacio y en el tiempo, y como un conjunto de sistemas simbólicos de los que se sirven para categorizar esa actividad y dotarla de significado" [ Friedland y Alford 1993, 156]. La reducción de la incertidumbre en cuanto al comportamiento de los agentes se vería favorecida, ya que "este repertorio constituiría un ´código´ general de referencia que permite a los actores políticos en interacción ´comprenderse´ recíprocamente y comunicarse de modo efectivo" [ Botella 1997, 29]. La necesidad de un nuevo esquema de valores y pautas organizativas acordes con el esquema de libre comercio es un imperativo de las rsg. Las medidas van dirigidas a delinear "nuevas mentalidades y actitudes, orientadas bajo ciertos principios que aminoren las sobredimensionadas expectativas y presiones distributivas de la población y promocionen valores tales como la autogestión, la eficiencia y la productividad" [ García 1999, 48]. El propósito implícito de la llamada reforma institucional se fundamenta tanto en la construcción de un nuevo Estado como en un disciplinamiento de la sociedad. La revitalización del Estado como promotor del desarrollo se hace patente a partir del Informe de 1997 del BM, donde se reconoce que "el Estado es fundamental para el proceso de desarrollo económico, pero no en cuanto agente directo del crecimiento sino como socio, elemento catalizador e impulsor de ese proceso" [ 1997, 1]. En torno al redescubrimiento de las instituciones estatales como fundamentales para la tarea del desarrollo se hace perentorio un cambio del estilo de gerencia, sustentado en un proceso de profesionalización de los cuadros de servidores públicos. A juicio de Vieux y Petras [ 1996, 143], para los estatistas neoliberales "el Estado será capaz de actuar de manera más eficaz si son mayores la sofisticación técnica y la competencia de su burocracia". En el caso del FMI, la realización por parte de este organismo de un evento en 1999 sobre las rsg puso de manifiesto el amplio consenso que existe entre funcionarios de organismos multilaterales y expertos académicos en cuanto a la importancia de la reforma institucional para avanzar en el desarrollo económico. En esa ocasión, el entonces presidente, Michel Camdessus [ 1999], afirmó que "nadie discutiría ahora que instituciones sociales, políticas y económicas sanas son un requisito –aunque no suficiente, sí necesario– para la aplicación sostenida de políticas macroeconómicas sanas". Otro de los elementos en los que hay acuerdo entre la comunidad de expertos es la complejidad política que representa llevar a cabo las RS, lo cual implica tomar en cuenta variables nacionales en cada caso específico de implementación, cuestión que fue desestimada en el caso de las RPG, con justificación en el convencimiento de que éstas eran técnicamente simples y de fácil aplicación. A diferencia de las reformas macroeconómicas, "en el caso de las reformas institucionales se requiere un alto grado de consenso, y necesariamente involucran la participación de los legisladores y la creación de una coalición de actores sociales y políticos sin los cuales su viabilidad es prácticamente nula" [ Payne 1999, 134]. A pesar del discurso de supuesta apertura que encierran las RGS, algunos hasta hablan sobre la necesidad de un consenso post-Washington, en el sentido de que "el nuevo consenso no puede ya basarse en Washington. Si las políticas han de ser sostenibles, los países en desarrollo tienen que reivindicar su propiedad sobre las mismas" [ Stiglitz 1998, 200]. Es evidente que, en el nuevo consenso en torno a las rsg, "actores de base internacional están comprometidos, tanto en el proceso de edificación de la institución como en constituirse en su interior" [ Chalmers 1995, 53]. Ahora, bajo el enfoque neoinstitucional, parece haber quedado atrás la discusión entre menos Estado y más mercado. Bajo el giro intelectual que representa esta corriente "la tradicional dicotomía entre el mercado y el Estado o laissez-faire e intervención, empiezan a tener menos sentido. Éstos no están compitiendo por la manera de organizar los asuntos económicos de una sociedad; ellos son elementos complementarios que dan al sistema sustentabilidad" [ Rodrik 1999, 12]. El reconocimiento dado de nuevo al Estado bajo una doctrina que trata de realzar la importancia del mismo para las tareas del crecimiento y el desarrollo y que va en auxilio de un mercado que por sí solo se muestra incompetente para producir riqueza es, más que todo, una expresión reiterativa de las profundas contradicciones del capitalismo actual, al cual, desde la caída del socialismo real, se lo ha querido ver como el gran triunfador de la guerra. Sin embargo, la realidad muestra que todavía falta mucho para el fin de la historia: por el contrario, nos encontramos ante un nuevo umbral donde habrá que redefinir estrategias de desarrollo democráticas para la lucha contra la pobreza y la desigualdad. CONCLUSIONES El hecho de que hoy en día se esté hablando de una segunda etapa de reformas no significa que ya se hayan completado las primeras ni, mucho menos, que ello obedezca a una secuencia de políticas. Más bien, ello ha obedecido fundamentalmente a un replanteamiento tanto ideológico como teórico del proceso de reformas, cuestión que es producto de una revisión académica sobre los enfoques conceptuales subyacentes en las rpg, a raíz de los deficientes resultados en cuanto a consolidar un esquema de intercambio comercial estable y seguro, expresado en: i) la imposibilidad de las economías nacionales de contener las periódicas crisis financieras debidas al tráfico especulativo de los capitales; y ii) la alta oposición política y ciudadana que han tenido las medidas iniciales. En una primera etapa, la grave crisis fiscal y el alto grado de endeudamiento que les tocó enfrentar a los países de la región fue la razón que llevó a la implementación de una serie de medidas de ajuste a fin de superar los graves desequilibrios macroeconómicos. Tales políticas, conocidas como reformas de primera generación y que implicaban grandes restricciones financieras, fueron asumidas con desagradable sorpresa por los distintos actores, dado el escenario de crisis económica donde en algunos casos tenía, como expresión más aguda, la hiperinflación reinante. Bajo la creencia que los actores se comportarían de manera racional en un esquema de libre mercado se llegó a desacreditar al Estado, promoviéndose su desmantelamiento. Sin embargo, la manera como en la realidad los agentes económicos, políticos y sociales han asumido los ajustes ha conducido a una constante inestabilidad de los mercados, debida a la falta de dispositivos reguladores, lo cual ha acrecentado la incertidumbre, elevando así los costos de las transacciones. Estos resultados nada alentadores de las rpg han empujado a un giro conceptual, expresado por el paso del enfoque de las expectativas racionales, el cual sustentó una política de choques externos mediante medidas de ajuste y de reducción del Estado para disciplinar a los agentes económicos, al enfoque neoinstitucional, que concibe las reformas como un proceso de creación de instituciones acordes para el buen funcionamiento del mercado, reconociéndose ahora al Estado como mecanismo básico para la reducir los costos de transacción en las operaciones. De una terapia de shocks, basada en la liberalización, la apertura comercial y la reducción del Estado, con la que –se pensaba– podrían ser disciplinados los agentes, se ha pasado en los últimos años a las rsg, centradas en construir y reconstruir instituciones estatales que permitan al mercado operar de forma eficiente, ofreciéndoles seguridad a los agentes económicos, ya que dichas instituciones contribuirían a aminorar la imprevisibilidad que caracteriza a los mercados, al reducir la volatilidad de los capitales y su carácter especulativo. En este sentido, Rodrik [ 1999] señala que existen cinco tipos de instituciones básicas de apoyo al mercado: los derechos de propiedad, referidos a dispositivos legales y administrativos que garanticen la propiedad intelectual y las patentes; las instituciones de regulación, tales como las superintendencias de bancos y de seguros; las instituciones para la estabilización macroeconómica, como bancos centrales independientes y administraciones tributarias autónomas; las instituciones de seguridad social, punto relativo a la existencia de compensaciones por desempleo y sindicalización, e instituciones para administrar el conflicto social, tales como el imperio de la ley y la autonomía del poder judicial, la transparencia de la gestión publica, sindicatos independientes, elecciones libres y organizaciones políticas representativas. Por último, cabe destacar que, a pesar del carácter altamente complejo que representa en el plano político la ejecución de las RSG, lo cual involucra el establecimiento de arreglos entre los actores a escala interna de cada país, no es arriesgado afirmar que la injerencia de los organismos internacionales en asuntos de políticas públicas nacionales, ahora de orientación institucional, seguirá profundizándose en el futuro, siguiendo así comprometida la autonomía de los gobiernos y de sus ciudadanos en la elaboración de una agenda de reforma propia. NOTAS AL PIE 1 Entre las iniciativas de algunos gobiernos estuvo el intento de formar un ´club de deudores´ como estrategia para –de manera conjunta– presionar un acuerdo con la banca acreedora internacional en torno a refinanciamientos de deuda y amnistías por mora. 2 La corriente del Public Choice o "elección pública", representada principalmente por James Buchanan y Gordon Tullock, fue desarrollada con fuerza en Estados Unidos a partir de la década de los sesenta del siglo XX, constituyéndose en unos de los pilares fundamentales de la teoría monetarista de Milton Friedman. Ambas teorías conforman la llamada doctrina neoclásica de la economía, sustentada en la creencia en la racionalidad del mercado a partir de la agregación de preferencias individuales y del movimiento autónomo del dinero debido al libre juego de la oferta y la demanda [ Meny y Thoenig 1992]. 3 Un caso típico de esto ha sido el acostumbrado efecto inflacionario que produce un aumento de sueldos y salarios debido la indexación de los precios de los bienes y servicios. 4 El término ´memoria´ viene dado por la rutina a la que están acostumbrados los agentes económicos en torno a los mecanismos de indexación institucionalizados en la economía, los cuales habituaron a estos agentes a ejecutar acciones de ajuste sobre los precios frente a un aumento de la demanda debido al incremento de los salarios, perpetuando así la inflación. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS 1. Banco Mundial. 1997. Informe sobre el desarrollo mundial 1997. Resumen. El Estado en un mundo en transformación, Washington, D.C., 17. [ Links ] 2. Bresser, Luiz. 1999. Reformas del Estado para la ciudadanía. La reforma gerencial en América Latina en la perspectiva internacional, CLAD, Eudeba. Buenos Aires, 357. [ Links ] 3. Botella, Joan. 1997. "En torno al concepto de cultura política: dificultades y recursos", en Del Castillo, Pilar e Ismael Crespo. Editores. Cultura Política, Editorial Tirant Lo Blanch, Valencia, España, 17-37. [ Links ] 4. Burki, Shahid y Sebastian Edwards. 1995. "Consolidación de las reformas económicas en América Latina y el Caribe", Finanzas & Desarrollo, v. 32, n. 1.